El joven escritor Roberto Viñas, quien se ha desenvuelto en la narrativa, la poesía y el ensayo, llega ahora al teatro con la obra Amnesia del infierno
Roberto Viñas tiene el Premio Calendario 2014 bien merecido. Ganador en el apartado de teatro, este escritor ha participado durante varias ocasiones en las ediciones del concurso, pues como él mismo considera «este es un escaño al cual llegar».
El novel autor se ha desenvuelto en la narrativa, la poesía, el ensayo y ahora llega al teatro con la obra Amnesia del infierno.
—¿Por qué escribir teatro?
—Creo que ha sido un feliz acontecimiento en mi vida. Es decir, cuando entré a estudiar teatro en el Instituto Superior de Arte —Teatrología primero, después hice el cambio para Dramaturgia—, venía de un sector laboral y profesional eminentemente científico, pero mi formación creativa era literaria. Yo había trabajado la narrativa, la poesía, y de buenas a primeras llegar al teatro se convirtió en el resumen de todas las expectativas que tenía con respecto a la literatura. A partir de ahí cambió mi visión sobre la literatura en general.
«Si tuviera que definirlo justamente sería eso: porque en el teatro encontré la manera más directa de poder expresar muchas inquietudes que tengo sobre mi tiempo, sobre mi persona, y que aunque estaban esbozadas en la narrativa, en la poesía, en el ensayo y en la reseña, creo que es en este género en el que se concreta todo, especialmente un diálogo entre un potencial lector y yo como autor».
—Hablabas de algunas inquietudes como escritor, ¿cuáles mantienes de tus otras escrituras y cuáles aparecen nuevas en tus obras teatrales?
—Se mantienen muchas relacionadas con mi época, porque son circunstancias de las cuales no deseo disociarme. Gran parte de mi obra —que no es mucha— está focalizada en mi tiempo, en Cuba, aun cuando no enfoque la obra en un espacio-geográfico temporal cubano.
«A partir de la lectura de autores teatrales cubanos y contemporáneos extranjeros, y de visiones propias sobre las estéticas teatrales de hoy en día, que están muy contaminadas —por suerte— con otras artes, creo que mi universo poético se ha expandido. Ciertamente, hay muchas cosas en estos momentos que en mi caso encuentran su inicio en la narrativa, pero concluyen en el teatro».
—Competiste una y otra vez en el Premio Calendario, hasta que lo conquistaste...
—Venía presentándome en distintos géneros y fue en Teatro donde lo gané, con lo cual me siento muy gratificado. El Calendario es como un escaño al cual hay que llegar si eres un joven escritor cubano, pertenezcas o no a la Asociación Hermanos Saíz. Hay premios por los que vale la pena luchar, y en ese caso están el David y el Pinos Nuevos, y claro, el Calendario, que se ha agenciado un enorme prestigio en el panorama literario cubano.
—Recientemente participaste en el panel de literatura joven del evento Pensamos Cuba, ¿qué opinión te merece la promoción literaria?
—Te puedo hablar como lector, un lector involucrado con otros amigos escritores, y que ha sido testigo de lo que ha pasado con sus libros. A veces llegan a una edición autosufragada de su primera obra, porque él mismo compra los ejemplares y los reparte.
«La promoción del libro tiene muchos lastres, dificultades. He notado últimamente que son los autores, sobre todo los jóvenes, aun cuando son privilegiados por haber publicado, quienes de buenas a primeras se vuelven promotores, divulgadores; gestores del libro, de venta, de lecturas, y no creo que debería ser así. El autor no debe estar sentado en su poltrona esperando a que todo le caiga del cielo, pero tampoco debe volverse una especie de oficiante mercantilista».
—¿Cómo imaginas una puesta en escena de tu obra?
—Desde bien temprano en la carrera asumí que, hasta cierto punto, mi trabajo termina con la obra publicada. De cualquier manera, ahora mismo no me imagino dirigiendo una obra mía, y sí de otros autores. Es decir, creo que hay escritores que me interesaría ver en escena por la manera desenfadada en la que suelen afrontar sus textos. En cuanto a mis obras, me gustaría que las montara alguien con visión propia, que se sienta seducido por ese texto que escribí.