Más de 40 000 focos de incendios han ardido desde el 9 de agosto en la Amazonía, lo que se considera una tragedia ambiental
El G7 se reunió el lunes último y ante las protestas civiles que le rodearon, destinó un fondo millonario que estuvo disponible «inmediatamente» para intentar resolver el problema. La NASA publicó en esta misma semana el video de las alarmantes emisiones de CO2 que ha generado. Las Fuerzas Armadas brasileñas comenzaron a tomar parte en la situación desde el pasado jueves. Las redes sociales se han inundado de pronunciamientos de activistas y SOS. Los medios más importantes del mundo han dedicado sus portadas y especiales al asunto. Las agendas presidenciales de Sudamérica han girado en torno al problema. Y los buenos corazones de a pie se han quebrado de no poder alargar sus brazos hasta allí para hacer algo… pero a prácticamente un mes de llamas devoradoras, hay una verdad que aceptar: la Amazonía se nos quema.
Intentemos hoy comprender un poco mejor cómo comenzó todo, qué está en juego para movilizar de tal manera la voluntad colectiva del mundo; y qué cambio podremos percibir en la salud del planeta después de que los incendios amazónicos sean vencidos.
Para entender la situación actual hay que hacer un breve recorrido paso a paso. La preocupación por la mayor selva tropical del mundo inició cuando en el presente año se detectó un número récord de incendios forestales en la Amazonía.
Los incendios en esa área del planeta son usuales en temporada seca, como la actual, pero la cantidad de ellos este año simplemente se disparó.
Según el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales de Brasil, que emitió la primera alerta, se registraron más de 75 000 incendios en lo que va de año, que elevaron la marca interanual un 85 por ciento.
Para entender mejor la gravedad del dato, esa institución reveló que entre enero y julio se han quemado en Brasil 57 827 kilómetros cuadrados, a pesar de que esta selva es uno de los lugares más húmedos del mundo.
De ellos, 27 149 kilómetros cuadrados corresponden al Cerrado, un bioma de sabana tropical, y 18 629 a la Amazonía, que comprende a toda la franja norte del país sudamericano.
Lo cierto es que esta cadena récord de incendios en la Amazonía no es un hecho aislado. Realmente viene a culminar un largo expediente de deforestación y preocupaciones ambientalistas alrededor de la selva tropical responsable del 20 por ciento del oxígeno del planeta.
Los problemas de base se centran principalmente en cambios que han indicado que el ecosistema boscoso desde hace tiempo transita hacia un sistema de sabana.
Investigadores del propio Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales de Brasil han estudiado desde hace décadas los cambios en la vegetación amazónica que señalan una transformación hacia la sabana, y han expresado todas las veces su preocupación al respecto.
Según las tendencias estudiadas, entre el 15 y el 17 por ciento de la selva amazónica ya se ha desforestado, y de continuar el patrón, apenas en el 2050 se habría alcanzado el punto de no retorno en la conversión a una biología de sabana, con entre el 50 y el 60 por ciento de la vegetación de tipo clima seco. Posteriormente, hasta el 70 por ciento de las plantas y especies ya estarían en el nuevo tipo de sabana.
El bucle crítico de este problema de deforestación está en que a medida que se pierde área boscosa o cambia la vegetación hacia una de sabana, se genera menos lluvia, y a su vez, el bosque pierde más hectáreas.
Se trata de un complejo sistema de «reciclaje» que tiene lugar en las selvas tropicales. Ellas mismas ocasionan la mayor parte de su lluvia gracias al área boscosa.
La capacidad del bosque de absorber dióxido de carbono, uno de los principales gases causantes del cambio climático, también se ve afectada desde hace décadas por estas causas.
Un estudio de 2015 de la Universidad de Leeds en Inglaterra constató que de absorber cerca de 2 000 millones de toneladas de dióxido de carbono al año en la década de 1990, ese ritmo de filtraje se redujo a la mitad.
De tal modo, lo que viene a ocurrir con los recientes incendios es una enorme agravante de la situación de deterioro anterior. De hecho, el registro de los incendios anuales que sufre la Amazonía apenas comenzó en 2013. Qué pena que haya sido necesario un presente en llamas para que el mundo y sus decisores giraran la vista y ayudaran.
Para valorar lo que la Amazonía significa para todos, en cualquier rincón del planeta, hay que repasarlo desde, al menos, tres áreas: sus riquezas ecológicas, como regulador climático y filtro del carbono; su biodiversidad apabullante y las ancestrales comunidades indígenas que viven allí.
La regulación climática es un punto fuerte que afecta a absolutamente todos los habitantes de este planeta y puede ser alterada tras los incendios.
Los porcientos de humedad atmosférica y las precipitaciones, enfriar la tierra y evitar su erosión, así como la purificación del agua y recarga de aguas subterráneas, con la reserva de cerca del 20 por ciento del agua dulce del mundo, son todos responsabilidades de la Amazonía que podrían desestabilizarse tras apagarse las llamas actuales.
Además, la Amazonía filtra entre el diez y el 20 por ciento del CO2 de nuestra atmósfera, a pesar de la reducción en su capacidad de absorción.
Alberga el 40 por ciento de la selva tropical en el mundo, el 25 por ciento de su biodiversidad terrestre y es el sistema fluvial con mayor cantidad de especies de peces en el mundo, según revelaba en mayo un artículo del Banco Mundial.
En total contiene unas 6 000 especies animales y 40 000 de plantas, que ahora mismo comienzan a ceder ante las llamas o las altas temperaturas que destruyen sus ecosistemas.
Como señala un trabajo de BBC, tal es la biodiversidad en este ecosistema que, según una investigación del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, por sus siglas en inglés), allí se descubre una nueva especie cada tres días.
«A pesar de cubrir solo alrededor del uno por ciento de la superficie del planeta, la Amazonía alberga el diez por ciento de todas las especies de vida silvestre que conocemos», informó la organización conservacionista.
Acaso la mayor riqueza de la Amazonía es que literalmente es el hogar de unas 380 comunidades indígenas autóctonas, que hablan 86 lenguajes y 650 dialectos, según revelaba el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente en 2016.
Estas comunidades tienen medios de vida con gran equilibrio y respeto medioambiental e «intrínsecamente relacionados con la preservación de los bosques y la conservación de su biodiversidad». La Amazonía es vital para ellos, al proveerles de recursos fundamentales como agua y alimentos, destacó la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura.
Para cuando la última llama se extinga en la Amazonía, su rostro no será el mismo, varias de sus bondades habrán cambiado. Eso lo sabemos con certeza. La pregunta entonces es, cuando se apague esa llama final, ¿habrá cambiado algo en nuestra relación con el planeta?
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