Mientras en el Palacio de Convenciones de La Habana se expresaba apoyo hacia la República Islámica de Irán y a su derecho al desarrollo nuclear para usos pacíficos, los vientos que soplan desde Washington pretenden tormenta. En su retórica, George W. comparó a Irán con Al-Qaeda.
Ni siquiera en la mecánica los apretones de tuercas son recomendables. Una, porque se puede ir de rosca el tornillo; otra, porque demasiado apretada alguna pieza podría hasta partirse. La cuestión es de técnica y no de fuerza, diríase, incluso, hasta de artes marciales.
Dijo Antonio Machado una verdad del tamaño del mundo: «De cada diez cabezas, nueve embisten y una piensa». Y es que la modernidad ha llegado al planeta vestida de la violencia más absurda.
Razón tenía aquel policía aficionado de Edgar Allan Poe cuando decía que no hay mejor manera de esconder algo que ponerlo bien a la vista. Digamos que se trata de una fotografía que atrapa el instante en que una familia se reúne, le sonríe a la cámara y nos dice que cada uno de los allí presentes forman una comunidad particular. Digamos que esa imagen le ha dado la vuelta al mundo, que la ha visto mucha gente, y que junto a ella han corrido ríos de tinta y todo tipo de augurios.
El Movimiento de Países No Alineados vivió en La Habana su «relanzamiento»; «el comienzo de una nueva etapa», al decir del canciller cubano Felipe Pérez Roque. Fue en medio de un «clima de unidad y cohesión sin precedentes», y deberá significar un «mayor protagonismo del Movimiento en la esfera internacional», agregó el joven político.
La XIV Conferencia Cumbre de los jefes de Estado y de Gobierno del Movimiento no solo reivindicó su razón de ser. También consiguió actualizar los derroteros a la circunstancia actual —probablemente más peligrosa que hace 50 años. Y ha concluido con una guía para la acción que, por primera vez, también queda definida.
En su reciente discurso pronunciado en la Oficina Oval de la Casa Blanca, el pasado 11 de septiembre de 2006, el presidente norteamericano George W. Bush declaró: «Los días posteriores a los ataques del 11 de septiembre, prometí usar todos los elementos del poder nacional para combatir a los terroristas dondequiera que los encontráramos».
De las frases más absurdas que haya dicho en su vida George Jr., Emperador del Disparate, hay una registrada en el 2001 que, a pesar de todo, no le quedó tan mal: «Estamos empeñados en trabajar para llevar el nivel de terror a un nivel aceptable para ambas partes». En eso está desde entonces, tratando de demostrar que Estados Unidos es tan o más terrorista que el peor de los terroristas.
Este periodista tiene quien le escriba. Los temas de las últimas semanas los he tomado, en mayoría, de las sugerencias de los lectores. Y he de advertir, nuevamente, que no voy a competir con mi vecino José Alejandro Rodríguez y su Acuse de recibo. Coloquiando no denuncia problemas. Simplemente aprovecha los planteamientos para conceptualizarlos editorialmente. De modo, pues, que hoy citaré fragmentos de una carta firmada, aunque silenciaré el nombre de la remitente: ha pedido discreción. La comprendo. Y respeto su deseo.
Es el cuento de nunca acabar, oportunamente filtrado a los periodistas de Miami, que se cocinan en su salsa. Ni una palabra mas allá de The Miami Herald, aunque la noticia es una bomba: la Casa Blanca ha creado en secreto cinco grupos interagencias para monitorear a Cuba, que funciona como un gabinete de guerra acuartelado en las oficinas del Departamento de Estado desde el 31 de julio —fecha en que se dio a conocer la enfermedad de Fidel.