Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¿Una tentativa inútil?

Autor:

Luis Sexto

Este periodista tiene quien le escriba. Los temas de las últimas semanas los he tomado, en mayoría, de las sugerencias de los lectores. Y he de advertir, nuevamente, que no voy a competir con mi vecino José Alejandro Rodríguez y su Acuse de recibo. Coloquiando no denuncia problemas. Simplemente aprovecha los planteamientos para conceptualizarlos editorialmente. De modo, pues, que hoy citaré fragmentos de una carta firmada, aunque silenciaré el nombre de la remitente: ha pedido discreción. La comprendo. Y respeto su deseo.

«…Muchas veces —asegura— las personas quisieran hacer denuncias pero se ven limitadas, ya que llega un planteamiento (a algún organismo) y el proceder es enviar la carta o la queja para la institución de la cual se transmite el problema y se crea un círculo de evasivas y de apañamiento que las personas sienten que no ha llegado realmente su planteamiento a soluciones reales».

Ese, me parece, es uno de los primordiales aciertos de la carta. Más de una vez este comentarista, y también alguno de sus colegas, se han referido a esa práctica. En efecto, uno cree ver una especie de círculo vicioso, la imagen de un perro intentando morderse la cola. A simple vista, devolver la denuncia al punto donde se generó, puede parecer una tentativa inútil. Si cuantos agobiaron a un ciudadano hasta el punto de que este solicitara la intervención de instancias superiores, permanecieron indiferentes a sus reclamaciones, no creo que estén dispuestos a rectificar después que les devuelven la denuncia desde un nivel mayor. Puede uno pensar, incluso, que se sienten respaldados en su proceder, puesto que les remiten la queja con el nombre, los apellidos y la dirección del presuntamente afectado.

En algunos casos, y no parece torpe el pensarlo, pueden ofenderse tanto porque alguien los haya denunciado que, antes que resolver el problema o reivindicar al agraviado, refuerzan el error. He sabido de municipios donde se ha regañado severamente a cuantos escriben cartas para enterar a organismos provinciales o nacionales de los problemas de la localidad. Dentro del territorio, todo; fuera, nada. Así.

Ahora bien, cambiemos el punto de vista. Y creamos que los organismos que remiten las quejas al sitio de partida, estiman que, al hacerlo, están compulsando a su solución en el mismo lugar donde se produjo la falta o donde el ciudadano considera que lo perjudicaron. Como ya la conocen «arriba», «abajo», en la base, se sentirán obligados a atenderla. Y si la solución no es necesaria porque el problema no existe, o no puede resolverse por razones justificadas, al menos darán una explicación racional, creíble.

Hemos de pensar, además, que para los organismos nacionales resulta una tarea muy engorrosa investigar queja por queja, a cientos de kilómetros de distancia.

Qué hacer, pues. La remitente de la carta que comento tiene razón. Surgen las negligencias, aparece la desidia; cojea la justicia. Y «es algo muy doloroso», confiesa, porque «muchas veces» los que deben intervenir y resolver «están muy comprometidos con las administraciones». Y termina preguntándose «por qué no cambiar ese estilo y esa práctica de canalizar los problemas». Y advierte: «Compañeros, son tiempos de defender lo logrado, de apoyar a nuestro gran líder Fidel Castro y de profundizar la conciencia revolucionaria».

Una vez propuse en este mismo espacio la creación de una oficina de atención a quejas de los ciudadanos. Quizá sea una locura. Pero, sin intenciones de absolutizar las realidades negativas, creo que en ciertos lugares el aparato local padece de invalidez. Y alguna gente se siente impotente, desamparada. Por eso, periódicos y periodistas recibimos tanta carta amarga.

La política y su credibilidad —tan necesaria como el oxígeno— tienen en eso que llamamos base la concreción exacta. En los planos superiores se mueve la teoría; en los inferiores, su ejecución. Y lo que importa es precisamente que la teoría no se extravíe, no se aleje de sus fundamentos de justicia, igualdad y democracia arrastrada por una práctica inconsecuente. Es decir, que no oiga y que no vea.

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