Jorge Enrique Torralbas Oslé, Doctor en Sicología. Autor: Cortesía del entrevistado Publicado: 07/12/2025 | 03:41 am
Ha pasado más de un mes desde que el huracán Melissa arrasó con tanta fuerza, dejando a su paso un panorama de devastación que aún duele recordarlo. En estas semanas, hemos visto brotar de entre los escombros la inquebrantable capacidad de un pueblo para sobreponerse a cualquier adversidad. Las calles se han ido limpiando, los techos provisionales se han levantado y la vida busca, con tenacidad, su cauce.
Sin embargo, detrás de la reconstrucción material, permanece una herida menos visible, pero igualmente profunda: la del espíritu. Quienes sufrieron afectaciones directas (la pérdida de su hogar, de sus recuerdos, de su sensación de seguridad) siguen necesitando, más que nunca, un acompañamiento firme. En este duro momento, el apoyo sicológico se convierte en un pilar fundamental.
No se trata de grandes discursos, sino de la humanidad simple y poderosa de escuchar, de sostener la mirada, de no dejar solos a quienes navegan este mar de incertidumbre. Son esas ideas las que comparte con Juventud Rebelde el Doctor en Sicología Jorge Enrique Torralbas Oslé, profesor de la Facultad de esa especialidad de la Universidad de La Habana y presidente de la Sociedad Cubana de Sicología.
«Acompañar mejor a las personas afectadas por el paso del huracán Melissa significa tres cosas: escuchar, sostener y no dejar solos a quienes están viviendo este momento tan duro. Se trata de dejar que la persona cuente lo que vivió, lo que perdió, lo que siente. A veces lo que más calma no es una solución inmediata, sino un oído disponible que abra espacio para que la gente respire. Sostener se hace con gestos pequeños que se vuelven enormes cuando todo está desordenado: un mensaje, un vaso de agua, ayudar a ordenar, compartir un recurso, quedarse un rato», apunta.
—Habla también de no dejar solos a los que sufren…
—Exactamente. El dolor pesa menos cuando se acompaña. No es necesario decir la frase perfecta; basta con decir: «Estoy contigo». Acompañar no es resolverlo todo, es caminar al lado. Y en Cuba, cuando caminamos juntos, siempre encontramos fuerza para levantarnos.
—¿Cómo brindar apoyo sicológico a quienes enfrentan las secuelas del huracán, sobre todo, a los más pequeños?
—Primero que todo eso significa ayudar a que la vida vuelva a sentirse segura. En el caso de las niñas y los niños, eso se logra con tres cosas: rutina, juego y escucha. Es fundamental recuperar rutinas, aunque sean provisionales. Comer a la misma hora, tener un rato para jugar, ordenar juntos… Las rutinas son como cuerdas que devuelven estabilidad.
«Segundo, dar espacio al juego. Aunque haya pérdidas, los niños necesitan reír, imaginar, dibujar. El juego es su manera de entender lo que pasó y de aliviar la tensión. Y tercero, escuchar sin asustar. Hablar claro, con palabras que ellos entiendan: “Sí, fue una tormenta fuerte, nos dio miedo a todos, pero ya pasó y estamos juntos”».
—En medio de la recuperación los adultos pueden hablar cosas delante de ellos que sean difíciles…
—Es importante hacerlos parte según su edad. Darles una tarea sencilla —recoger algo, ayudar a limpiar, cuidar una planta— los hace sentir útiles y parte del renacer del hogar. No obstante, hablar claro con ellos no significa sobrexponerlos a noticias tristes o a conversaciones de adultos llenas de angustia.
«Los niños no deben oír todo el tiempo sobre pérdidas. Hay que protegerlos de esa repetición emocional. También es importante observar los cambios: si un niño deja de jugar, tiene miedo constante, duerme mal o se aísla y esos cambios permanecen en el tiempo, es una señal de que necesita más apoyo y se debe buscar criterio especializado».
—A quienes tengan amigos, colegas, familiares que viven en Oriente, ¿qué decirles en la distancia?
—Es difícil acompañar en la distancia, pero es posible. Es importante que estemos presentes, sin juzgar o dar muchos consejos sin saber exactamente qué es lo que está sucediendo. Llamar, enviar mensajes, preguntar si necesitan algo, dejarlos que se expresen puede ser una vía de alivio emocional para los que están lejos.
—¿Qué particularidades tienen las personas mayores?
—Para acompañar a las personas mayores después del huracán es fundamental darles voz y sentido, no tratarlas solo como víctimas, sino reconocerlas como parte de la fuerza que reconstruye y preguntarles qué piensan, qué saben hacer y qué pueden aportar. También es importante respetar su ritmo.
«La compañía y la conversación son claves, porque la soledad puede convertirse en un huracán silencioso. Dedicarles tiempo, escuchar sus historias o compartir una comida puede ser tan valioso como cualquier ayuda material. En el plano emocional, muchos mayores sienten miedo, culpa o tristeza por lo perdido; por eso, validar sus emociones y recordarles que no están solos ofrece alivio.
«Además, conviene incluirlos en pequeñas tareas de recuperación, desde doblar ropa hasta clasificar donaciones o contar historias a los niños, porque participar también cura. Finalmente, debemos estar atentos a signos de aislamiento
o desesperanza: si dejan de comer, de hablar o expresan que ya no vale la pena seguir, es una señal de que necesitan acompañamiento profesional».
—¿Qué gestos y palabras ayudan realmente en momentos de tanto dolor y pérdida?
—Cuando hablemos con personas que han vivido el huracán es importante cuidar no solo lo que decimos, sino cómo lo decimos. Por ejemplo, conviene evitar frases como «Podría haber sido peor», porque ese tipo de comentarios minimizan su sufrimiento. Es mucho más útil decir: «Entiendo cuánto te duele lo que has perdido», porque reconoce el impacto real de la experiencia.
«También debemos evitar imponer fortaleza con expresiones como “Ya pasó, tienes que ser fuerte”. Es mejor afirmar: “Fue muy duro lo que viviste, pero no estás solo”, porque cada persona tiene su propio ritmo para recuperarse, y ser fuerte también implica poder llorar.
«Del mismo modo, es mejor no ofrecer consejos rápidos; es más humano y efectivo preguntar: “¿Qué necesitas ahora?” o “¿Cómo puedo ayudarte hoy?”. Tampoco debemos enfocar la conversación únicamente en el daño o en los detalles del suceso, sino invitar a la persona a expresarse: “Cuéntame cómo te has sentido”. Y es esencial evitar comparar dolores, porque cada historia es única».
—¿Como Sociedad Cubana de Sicología, qué han hecho para ese acompañamiento del que has hablado, sobre todo, a los más pequeños?
—Nuestros equipos han desarrollado espacios de contención emocional, juegos terapéuticos, actividades de expresión artística, dinámicas grupales con adolescentes y acompañamiento directo a familias en albergues y centros de evacuación. También se ha brindado orientación a cuidadores y apoyo emocional a madres, padres y docentes para manejar las reacciones de los más pequeños en este contexto tan delicado.
«Desde la Junta Directiva Nacional hemos articulado acciones internas para acompañar a colegas de las provincias más impactadas, ofreciendo módulos básicos de apoyo, materiales para intervenciones sicosociales, recursos de comunicación y respaldo directo a quienes han sufrido daños significativos.
«Además, varios grupos provinciales y Secciones Especializadas de la Sociedad han aportado insumos, ropas y otros recursos para sostener el trabajo en terreno. Ha sido un esfuerzo colectivo, amplio y solidario, al que también se han sumado colegas residentes fuera del país y organizaciones aliadas como Unicef.
«En este despliegue, el trabajo integrado de profesionales de múltiples sectores ha sido muy valioso y expresa algo fundamental: somos una comunidad profesional que cuida, que se organiza y no deja a nadie solo. Más allá de los recursos específicos, el valor mayor está en la voluntad colectiva de acompañar, sostener, escuchar y ofrecer alivio emocional en medio de un proceso de reconstrucción que es material, pero también profundamente humano».
—¿Su mensaje final?
—A quienes nos leen y han vivido el paso del huracán Melissa, nuestro mensaje es: no están solos. Sabemos que estas semanas han traído cansancio, pérdidas y tristeza, y también voces que acompañan y corazones dispuestos a ayudar. Cada gesto solidario (un poco de agua compartida, una palabra de aliento, un pedazo de pan ofrecido) contribuye no solo a sostener y a levantarse. «No es necesario tener fuerzas todo el tiempo; a veces basta con conservar la esperanza un día más. Si un día no se puede, al otro se podrá. Y hoy no se trata de olvidar lo que se ha perdido, sino de creer en lo que todavía podemos reconstruir juntos».
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