Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El milagro de los bastones

Autor:

Nelson García Santos

Debutante en la comunidad de los que utilizan bastones —una característica ya frecuente de nuestro paisaje—, encontré al paso por las calles de Santa Clara mayoritaria bondad, además de la garra esgrimida de algunos «oportudorados».

La bondad no solo llegó en frases, sino también en hechos concretos, como ofrecer ayuda en el andar y consideración monetaria de transportistas ante el bastón esgrimido, con un «dame lo que puedas» o «monta, que va por mí».

Claro, a la caza estaban también los «oportudorados», que como me sopló el Bobo de Hatillo, timan si se descuida hasta al propio diablo, pero a esos es fácil mantenerlos a distancia cuando los sabes reconocer.

El padecimiento de una rodilla me obligó a ese apoyo transitorio, temido de exhibir por muchísimos por aquello de que el hombre anda ya con un bastón como vaticinio del final al que nadie logra escapar.

Al darme el consejo de utilizarlo, el médico me aclaró: «no vayas a hacer como muchos que no les agrada ni que lo mencionen y ponen en peligro sus vidas».

La renuencia viene porque estos achaques al caminar, a diferencia de otros, muestra lo que tenemos, y en ese vivir de aparentar, dicen que los que más le temen al tercer soporte son las figuras públicas.

Este dispositivo ayuda a caminar, compensa una reducción de fuerza, proporciona amplitud de movimiento, mejora el equilibrio y estabilidad durante la marcha, disminuye el riesgo de caídas e incrementa la independencia, lo cual repercute en una mejora del estado emocional y de la situación sicosocial de la persona.

Tiempo hubo un tiempo en que se le veía como símbolo de moda y elegancia, confeccionado con los más apreciados elementos decorativos y hasta con metales y piedras preciosas.

Además, resultaba un elemento apropiado para la defensa personal, esgrimido como garrote o con otras mañas. Un famoso de estas tierras villareñas enmascaraba un sable en el interior de su bastón para cuidarse de posibles ataques.

Los bastones con fines de apoyo motriz dan fe de la alta supervivencia que ostenta el país, a nivel incluso de los más desarrollados, lo cual deviene gran reto para el futuro inmediato.

Cuando sumamos al privilegio de la longevidad de muchos el fenómeno de la migración juvenil, alimentar a la sociedad se convierte, más que un reto, en casi un milagro a repensar. ¿No lo cree, respetabilísimo?

También para eso habría que echar mano a otros «bastones», como el de la laboriosidad y la vergüenza, para evitar los traspiés de los aprovechados, y  sacar más partido a lo que puede dar nuestra población mayor, ingeniosa y culta, aunque envejecida.

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