Me preocupa la basuraleza. Y advierto, no es un término que he inventado, pues hace años la fusión de dos vocablos bien conocidos se refiere a «los residuos generados por el ser humano y abandonados en la naturaleza, con la consiguiente alteración del equilibrio de los ecosistemas». Me preocupa su expansión creciente, y la desidia de muchos ante ella en todas las regiones del mundo.
Ahí están afectadas más de 1 400 especies marinas y de agua dulce, la fauna terrestre y los paisajes verdes. Las alcantarillas obstruidas, las calles malolientes y la contaminación por desechos sólidos mal tratados en las periferias de las ciudades. Las imágenes pululan en las redes sociales y en los medios tradicionales, y es el ser humano el principal responsable.
¡No se exalte! Se lo pido, por favor, porque sé que no pocos, al leer hasta esta línea, creerán que hablo metafóricamente sin mirar la paja en el ojo propio antes que en el ajeno. Pero reitero, todos somos responsables.
¿Que las entidades correspondientes en nuestras ciudades no han buscado alternativas al limitado combustible que poseen para desplegar los camiones recolectores de basura? Puede ser cierto. ¿Que transcurren semanas y existen basureros eternos? También. ¿Que resulta peligrosa la situación ante la proliferación de vectores en esas condiciones? Igualmente es verdad.
Pero, ¿acaso ha pensado en quiénes son los que hurtan los contenedores? ¿Sabe quiénes son los que les arrebatan las ruedas? ¿No ha visto alguna vez a alguien lanzando una lata desde un vehículo en movimiento o soltando su bolsa casera de basura en el medio de la calle? ¿Quiénes no cuidan el lugar donde sus mascotas realizan sus necesidades y quiénes son los que prefieren botar a lo loco y no ser más sensatos?
Tantas veces en distintos escenarios he presenciado conversaciones sobre el tema. No pocos, y con razón, argumentan que con mano dura el asunto se resuelve. No digo yo, al que le impongan mil pesos por dejar caer un papelito, se lo pensará dos veces antes de volverlo a hacer. Sería una medida muy drástica pero, ¿quién sabe?, quizá la mejor solución.
Sin embargo, y en medio del contexto actual en nuestro país, en el que confluyen actores económicos no estatales en ascenso, me pregunto: Si la basura es un negocio altamente rentable en el mundo, incluso en países desarrollados, ¿acaso alguna forma de gestión no estatal se lo habrá pensado?
Se necesita de inversiones cuantiosas en un primer momento, como en cualquier emprendimiento, pero algo debe hacerse para evitar los gases contaminantes al libre albedrío y la fétida situación que nos rodea. Reitero, no somos los únicos con este problema, pero resolvámoslo primero antes de sugerirles ideas a otros.
Tal vez podamos cambiar los vocablos que se fusionan para originar el que tanto me preocupa. ¿No sería mejor unir basura y belleza?