Por encima de los pronósticos, demasiado ajustados para el contexto de unos Juegos Panamericanos celebrados fuera de temporada, Cuba conquistó un honroso quinto lugar con saldo de 30 medallas de oro, 22 de plata y 17 de bronce.
A pesar de ausencias notables de deportistas de la región, muchos de los cuales andan, lógicamente, con la mira olímpica en París 2024, la actuación de Cuba es loable. Más que comparaciones, lo que justifica el reconocimiento es el contexto.
Los atletas nuestros, en desventaja todos en cuanto a recursos, tecnologías y posibilidades de entrenamiento, se crecieron una vez más. Aplausos a quienes ganaron podio y también a los que se colgaron el premio a la entrega, gastando todas sus energías para llegar a la meta. Sus actuaciones son medallas igual para nosotros, que ponderamos el sacrificio devenido identidad y arraigo en esta Isla. A veces no sé cómo un pedazo de tierra emergida sobre las inquietas aguas del mar Caribe soporta el peso de tantos gigantes enfundados en trajes de cotidianidad.
Vendrán reconocimientos y análisis, premios y reflexiones. Cada actuación ha de ser ponderada en su justa medida. Sin un metro de elogios de más ni un centímetro de crítica de menos. Se avecina un 2024 olímpico. Y París será otra prueba retadora.
Así como se crecieron aquellos que disponen de menos recursos para entrenar y competir, quedó el sabor amargo de los que sí cuentan con privilegios en medio de la estrechez económica.
Y uno intuye cuando sale el extra, ese don propio de los cubanos que los convierte en deportistas invencibles y los adversarios de solo mirar a sus ojos ven la resolución y la seguridad en la victoria.
Sucede igual a la inversa, cuando quedan reservas y la entrega no es la misma. Sirven de argumentos para los análisis, cambios y ajustes. Sin miedo a ser radicales donde lo amerite. Hay medallas ausentes cuyo vacío no lo cubren puñados de otras.
A los agoreros del deporte cubano les mostramos, como prueba de que existimos, las 69 preseas. Podrán ser, cuantitativamente hablando, menos que en otros tiempos, pero significan más por la historia de cada una, forjadas en un contexto durísimo del país. Hechas a mano y sueño. Algunas, incluso, asumidas por el relevo cuando el titular optó por caminos que no conducían a Chile.
Son trofeos que compartimos con quienes admiran a nuestro humilde y heroico pueblo desde cualquier lugar del mundo. Ellos ponderan, más que esos pedazos de metal, lo que realmente engrandece: el corazón de sus ganadores, que es igual a decir el corazón de Cuba, más que una Isla, un sentimiento.
Aplaudan los que aman, y los que no, tengan el honor de admitirlo: a pesar de tantos muros, Cuba vive, Cuba gana.