Si la astrología puede tener algún sentido para la política, sobre todo para la de una Revolución en las encrucijadas de la cubana, debemos admitir que nos la están poniendo difícil algunos movimientos celestes.
Si algo nos queda claro después de tantas vueltas y revueltas del universo es que los signos del horóscopo de este archipiélago los tenemos que alinear quienes protegemos su destino.
No serán precisamente fuerzas gravitaciones extrañas, o las que orbitan con sus apetencias, las que nos mejoren los signos de un zodiaco que no descansa en ponernos sombras en vez de luces en el camino.
Para que el planeta regente se parezca al que sueña y necesita el pueblo cubano, para aliviar las duras condiciones que le son impuestas por astros ajenos, estamos desafiados a unir las buenas energías de todos los signos de nuestra nacionalidad; toda la poderosa vibra del fuego, el aire y el agua de esta sagrada tierra.
De la armonía de los distintos signos conjugaríamos la esperanza, la fe y las ganas de expresarse, la capacidad comunicativa, lógica y de sociabilidad, la sensibilidad, la empatía, la emoción, la precaución, el sentido práctico y material.
A estas alturas estoy prevenido de que no faltarán quienes acusen a este columnista de incentivar algún tipo de brujería galáctica, contraria a toda lógica razonablemente científica; alguna especie de profanación del marxismo de manual y el materialismo dialéctico e histórico. Aunque seguramente convendremos —y esto sí sería demostrable desde la ciencia— que hay muchas energías moviéndose para hacer estallar la unidad de todos nuestros signos.
Si alguna señal debemos captar de la astrología en la política es precisamente que de signos diferentes es que se construye toda la unidad del universo. El milagro de que este conjunto de planetas, galaxias y vías lácteas termine por ser un esplendoroso y poderoso único cuerpo está en la conjunción de todas sus fuerzas y signos.
Creo que no ofendo a los martianos cubanos —entre los que me declaro— si afirmo que un hombre de la espiritualidad y la cosmogonía del Apóstol tiene que haber alimentado en alguna medida su prodigiosa capacidad unitaria de algunos de estos secretos del universo.
No por casualidad Armando Hart Dávalos, integrante de la generación que se arriesgó a no dejarlo morir en el año de su centenario, liderada por Fidel Castro Ruz, sostuvo con pasión que Martí enseñó a los cubanos a unirse.
El Héroe de Dos Ríos fue la fuerza de gravedad de la unidad de los mejores signos del pueblo cubano, en momentos en que resultaban inconmensurables las energías gravitando frente a la inmensidad —casi cósmica para entonces— del empeño.
El mismo Hart agregaba que si Martí había enseñado a los cubanos a unirse, sería después Fidel —tomando de esa energía gravitacional— quien los enseñaría a triunfar.
La Revolución Cubana del siglo XXI, con Martí y Fidel en el camposanto de Santiago de Cuba, tiene la ventaja de tenerlos en la dimensión de planetas regentes de la unidad y el triunfo del pueblo cubano en la era de la fragmentación.
Pero somos quienes habitamos ahora mismo el planeta Cuba los que tenemos la responsabilidad de ponerlos a vibrar junto a nosotros como ondas unitarias, de la esperanza y el triunfo, en esa contienda interestelar que lleva por nombre la cultura de hacer política.
Solo entonces el horóscopo y los empeños andarán mejor alineados, para librarnos de caer en el agujero negro al que nos quieren arrastrar las energías oscuras de nuestro universo.