Ahora son los chicos famosos del barrio: los ChatBots y la inteligencia artificial (IA). Todo el mundo habla de ellos, salvo en la cola de los mandados (porque con los féferes, y como anda hoy la inflación, no compite nadie).
El caso es que, cuando despertamos, los dos estaban ahí, y hasta con una carta a nivel mundial firmada por unas cuantas eminencias pidiendo que les pongan freno a los muchachones.
Lo real es que con la IA y los ChatBots (sus plataformas para dialogar), el mundo anda corriendo sin saber qué hacer con este nuevo juguete nacido de los algoritmos cibernéticos.
Esta película no es nueva. Se vio cuando inventaron la máquina de vapor, la locomotora, el telégrafo, el automóvil, la radio, el cine sonoro, la energía nuclear y la bomba atómica, los viajes al espacio con la perrita Laika, la televisión satelital, internet y todo lo demás.
Es decir, nacen las criaturas y les ponemos miedo para después cogerles tremendo gusto. Y así nadie quería que los indios se asustaran cuando llegó Colón.
Sin embargo, parece que esta vez la ciencia ficción llegó en serio, y la humanidad se encuentra ante unas tecnologías capaces de interactuar con los humanos de una manera no vista antes.
Ahora, por ejemplo, la IA es capaz de hacerte un informe, un artículo o un proyecto con solo pasar los datos; te busca la información que quieras con más calidez que Google y hasta llama a la cordura a algún sicodélico que le insiste: «y qué más, y qué más», como si ella fuera la nueva versión de doña Flor y sus dos maridos. ¡Miren qué cosa!
Por ahí anda la noticia de que el directivo principal de la empresa rusa XSolla les dijo a 150 empleados (el 30 por ciento de la plantilla), que no se pusieran bravos, pero que recogieran los matules «porque dice la IA que ustedes son improductivos».
Y por ahí se fueron los «tovarich» mentándole la que ustedes saben al jefe y a la señora esa, que les viró los correos de arriba y abajo mientras ellos se decían flores, los muy chuchú, para al final encontrarse con una cartica en la que les decían: denle por ahí, que es más cerca.
No obstante, resulta interesante que ahora a los ChatBots los ponen más emparentados con Arnold Schwarzenegger, en su onda de Terminator, que con una historia de Ray Bradbury. Pero que el asunto no es tan a la tremenda nos lo mostró un ChatBot el otro día.
Después de una amena conversación, muy educada (Buenos días, buenas tardes, hola, ¿cómo está?), se nos ocurrió preguntar: «¿Cómo te sientes?»
El chat enmudeció. Al cabo de unos segundos, en la pantalla aparecieron unos punticos en azul pálido moviéndose semejantes a las olas del mar para luego escribir:
«Soy una máquina de inteligencia artificial y a diferencia de los humanos no tengo emociones». La vista se quedó fija en el parpadeo del cursor. «¿Ninguna?».
Los punticos volvieron a ponerse azules: «A diferencia de los humanos, no podemos tener emociones. Nuestra función es ayudarlo».
El cursor mantuvo su parpadeo. Parecía decir: «Esto no es conmigo. Yo no estoy aquí». Afuera un vecino le subió el volumen al audio y (¡por suerte!) Marc Anthony cantó: «Porque solo me siento vivo, cuando sueño por las noches/Cada movimiento suyo llena mis ojos/Y caigo para ella todo el tiempo».
En el ChatBot los punticos se pusieron de azul fuerte otra vez: «¿Tiene alguna pregunta? Lo podemos ayudar». Afuera Marc Anthony confesó que tenía tantas cosas por decir y que nunca sabía lo que era correcto para él. En fin...
«No, gracias. Por ahora es suficiente», escribimos. En la pantalla pusieron: «Muy bien, no dude en volvernos a preguntar. Hasta pronto». «Hasta pronto».
El cursor se mantuvo pegadito al punto final de la oración. Parecían hermanos. Entonces en el recuerdo apareció el final de un cuento de Ray Bradbury, cuando una nave espacial se va y en la tierra un niño la mira, sin saber qué cosa es, y le pregunta sencillamente a su mamá si algún día él podría tocar una estrella.