Incomodidad, molestia, impaciencia. Ya habían transcurrido 40 minutos desde que nos habían informado que «la dependienta del área del aseo está almorzando». Los que esperábamos, a sabiendas de que todo ser humano merece una pausa en su jornada laboral para alimentarse, ya nos inquietábamos porque, sacando cuentas, ese momento había iniciado pasadas las dos de la tarde.
Las dos mujeres que habían ofrecido la información y habían sugerido que esperáramos «porque ella no se demora mucho» atendían a los que llegaban a la tienda para la compra de los cinco productos básicos controlados. Casi a las tres de la tarde pidieron permiso para almorzar. «Ni agua he tomado desde que la tienda abrió», expresó la más joven y entró para buscar su pozuelo. La que estaba a su lado ahí permaneció «porque yo almuerzo aquí mismo, sin moverme del asiento, pero tienen que darme un chance, así que siéntense por ahí».
Las personas continuaban llegando, unas a otras se decían «hay que esperar, están almorzando», y el tiempo transcurría, y por cierto, a las 3:30 de la tarde aún no aparecía la dependienta del departamento del aseo. Comenzamos a preguntarnos el horario real del almuerzo en esa tienda, y cuánto más tendríamos que esperar.
Sé que, posicionándonos en el lado de los trabajadores de la tienda, los clientes pueden ser injustos y desalmados al creer que somos robots y tenemos que ingerir alimento en un santiamén. Sin embargo, del lado de los compradores, queremos llegar y resolver lo que necesitamos en pocos minutos para irnos del establecimiento en el menor tiempo posible.
Todo se puso más feo cuando un matrimonio joven, llevando de la mano a un niño de cuatro años tal vez, llegó, y la madre con el menor enrumbó hacia la entrada, dispuesta a subir las escaleras, hacia el área de venta de productos en MLC.
«Óigame, no puede subir, que la muchacha de ese departamento está almorzando», le señaló la que comía en frente de todos… «Pero quiero subir a ver lo que está en venta por si hay algo que pueda interesarme», y ante la negativa reiterada, se volteó, indignada, y le dijo al esposo: «Esto no pasa en otro país, en otro lugar, si un trabajador almuerza, otro debe estar en su lugar. No es posible que nos vayamos insatisfechos, y a nadie le importe». Se fueron así expresándose y dejaron el ambiente cargado de opiniones a favor, criterios en contra, protestas exacerbadas por la demora y el rostro de la insatisfacción multiplicado.
No creo que, a la hora de comparar, haya que mencionar un referente geográficamente distante, teniendo tiendas o establecimientos similares aquí, cuyo funcionamiento puede ser ejemplar. Por lo demás, y apelo a la empatía tantas veces solicitada de mi parte, intercambiemos roles para que, tanto en uno como en otro nos percatemos de que, ante todo, debe primar el respeto y el buen trato.
Por otra parte, se impone disciplina en el cumplimiento de los horarios en los centros laborales. Todo trabajador tiene derecho a almorzar y eso no se discute, pero se establece un horario y dentro de él, de manera escalonada, todos ingieren sus alimentos. El servicio no se interrumpe y todos quedamos complacidos.