Un aspecto importante de la cultura de José Martí es lo que yo he llamado «la cultura de hacer política». Creo que todos los grandes pensadores cubanos, empezando por Varela, Luz y Caballero, Martí, Enrique José Varona, Fernando Ortiz, Alejo Carpentier, Rubén Martínez Villena, Julio Antonio Mella, todos los grandes pensadores, en su inmensa mayoría fueron profesores, maestros, educadores, lo que constituye una originalidad cubana. Ellos también aspiraron a lo que Fidel planteó acerca de la cultura general integral.
Lo original en Martí, que también asume y enriquece Fidel, es que además de esa cultura general integral, que todos los grandes pensadores concibieron, está en que sentó las bases para la cultura de hacer política, de cómo debe hacerse política.
Me parece muy útil recordar la definición que Martí nos da del término política:
«La política es el arte de inventar un recurso a cada nuevo recurso de los contrarios, de convertir los reveses en fortuna; de adecuarse al momento presente, sin que la adecuación, cueste el sacrificio, o la merma importante del ideal que se persigue; de cejar para tomar empuje; de caer sobre el enemigo, antes de que tenga sus ejércitos en fila, y su batalla preparada».
Martí concibe la política como una categoría de la práctica, pero ella está condicionada en sus fines por la ética. La concibe como una vocación de servicio al pueblo, como un sacrificio, con una correspondencia entre el decir y el hacer. Uno de sus rasgos esenciales es el superar el «divide y vencerás» de la vieja tradición reaccionaria de Maquiavelo y aun de antes, de la época de Roma, y asumir el principio «unir para vencer».
Ese viejo principio de «divide y vencerás» ha perdido eficacia práctica en el complejo mundo actual. La tuvo en el pasado para los intereses explotadores, pero hoy los problemas que enfrenta la humanidad tienen un alcance global y es preciso unir voluntades para encarar su solución. Ya no funciona como antes el «divide y vencerás».
Para hacer eficaz la política de unir para vencer hay que tener en cuenta como elemento clave un pensamiento radicalmente universal. Defender a los individuos, pero defender a todos los individuos por igual. Hay quienes hablan de defensa de los derechos humanos, de democracia, de respeto a la individualidad, pero en realidad están defendiendo los derechos de unos cuantos. Los ideólogos burgueses exaltan el concepto del individualismo, pero no tienen en cuenta los millones y millones de individuos que no tienen esos derechos.
Como le dijimos en cierta ocasión a un amigo francés, nosotros asumimos la consigna «libertad, igualdad y fraternidad», pero para todo el mundo. Incluye, desde luego, a vietnamitas, chinos, iraquíes, afganos, neoyorquinos, a los que nacen en cualquier lugar de Estados Unidos, a los que nacen en América Latina, en Cuba, en cualquier parte. Como dijo Martí: «dígase hombre, y ya se dicen todos los derechos».
Para resumir lo expuesto sobre las concepciones martianas, podemos subrayar la importancia de los tres principios siguientes: la utilidad de la virtud, el equilibrio del mundo y la cultura de hacer política. Y pienso que debíamos profundizar en el estudio de esos principios martianos.
Todo este legado ético sirvió de fundamento a la acción y al pensamiento de la Generación del Centenario. Porque en Martí están presentes con mucha fuerza principios éticos. La irrupción de aquella generación en la vida pública de la nación se produjo como una respuesta al golpe de Estado de Batista, a la violación flagrante de la ley y del derecho. Y nació también con los antecedentes de un lema tan querido por nuestra generación, que es «vergüenza contra dinero», que simbolizaba la lucha contra la corrupción y la degradación ética.
El análisis de la situación de la Cuba de aquellos años nos permite darnos cuenta de que había una crisis institucional muy profunda, crisis que hemos visto después en otros países, porque es la misma crisis que se presentó en Venezuela, y de la cual surgió el movimiento bolivariano del presidente Hugo Chávez. Surgió en la Argentina, con la degradación de todos los partidos políticos en medio de una profunda crisis económica y social.
Algunos no se explican la existencia de un solo partido en Cuba, y es que fue precisamente la incapacidad y la corrupción de los partidos burgueses en el enfrentamiento a la dictadura de Batista lo que determinó su desaparición. La vida ha ido demostrando que el concepto de pluralidad de partidos está en crisis, y que es necesario hallar formas nuevas de democracia que garanticen la participación popular en la toma de decisiones.
Aquellos partidos desaparecieron en Cuba por una razón ética fundamentalmente. Estaban muy corrompidos y no pudieron evitar que Batista consumara el golpe de Estado y tampoco pudieron enfrentársele para derrocarlo.
El asalto al cuartel Moncada constituye el bautismo de fuego de aquella generación. En aquel momento ya Fidel tenía una amplísima cultura, pudiéramos decir, proyectada hacia el socialismo. Y la tenían también Abel Santamaría, Antonio (Ñico) López, Jesús Montané y otros muchos compañeros que participaron en la acción del Moncada. Tenían una cultura con un pensamiento socialista que abordó el tema de la legalidad y de la ética, de la lucha contra la corrupción y de la lucha contra la arbitrariedad y la ilegalidad de Batista.
En el mundo de hoy los temas del derecho y de la ética se han convertido en un aspecto clave. Eso fue el Moncada inicialmente y respondía a una tradición que parte de los tiempos forjadores de la nación cubana.
Así llegamos nosotros al triunfo de la Revolución. Después del 1ro. de enero del 59, se levantó una conciencia de defensa del derecho y de defensa de la moral pública. Y entonces hubo un estribillo popular, porque empezó a decirse que Fidel era comunista y a acusarnos de comunistas, que decía: «Si Fidel es comunista, que me pongan en la lista». Pero aquella adhesión inicial tenía un fundamento ético. Por eso puedo decir que para mí, en mi formación socialista, todo empezó por una cuestión ética. Porque sin ética no hay solución a los problemas.
La ética no se manifiesta en abstracto, no vive ajena a las realidades. La ética tiene que vivir en el seno de la sociedad, y la ética no puede inculcarse solamente porque yo quiera, ni bastan mis palabras, ni bastan las palabras de mucha gente. Eso es necesario, indispensable, y yo creo que hay que hacerlo y lo trato de hacer. Pero hace falta también buscar las formas institucionales, diríamos jurídicas, sociales, para consolidar la ética. Este es un punto cardinal para la consideración del tema.
Y el tema de la ética está planteado en el mundo como una necesidad impostergable. Porque lo que está en juego no es solo un país o una clase social. Está en juego la existencia misma de la especie humana.
(Tomado del Portal José Martí)