Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Rendir cuentas, ¿lo que se dice rendir cuentas?

Autor:

Ricardo Ronquillo Bello

La rendición de cuentas como mecanismo de nuestra democracia socialista propendió más a «rendirse» que a cobrar cuentas a quienes deben rendirlas. Arriesgo este juicio, aunque pueda parecer injusto, porque la que debería constituir una forma básica del ejercicio de control participativo y popular en Cuba sufrió graves formalizaciones.

Aletargamientos y modorras de parte de nuestras deformaciones e ineficacias, en una estructura de poder revolucionario que, por sus ramificaciones, alcances y propósitos casi parecería perfecta, habría que buscarlos particularmente en este terreno, donde no pocas veces, como en nuestro deporte nacional, la bola picó y se extendió.

En este ámbito, esencialmente vinculado a la estructura del Poder Popular en el país, pasó lo que a este último, que no pocos de nuestros más lúcidos pensadores, como el intelectual Alfredo Guevara, opinan que, haciéndose aun más popular, hay que convertirlo sustancialmente en más poder.

Mucho de las razones anteriores estimuló que la rendición de cuentas del Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, ante la Asamblea Nacional del Poder Popular levantara admiraciones y sorpresas en las dobles redes que ahora mismo nos envuelven o desenvuelven: las físicas y virtuales.

Repito aquí lo que dije en uno de los muros en los solares virtuales. No fue una reacción, como decimos popularmente de «gratis».

Díaz-Canel rompió en ese ejercicio con los moldes formalizados y formalizantes de rendición de cuentas que crecieron como el marabú por el país. Apartó a un lado el cifrismo y el porcentismo triunfalista —algo de lo que debemos aprender los que tenemos responsabilidades o brindamos servicios a la sociedad— y habló con el corazón y con el realismo que tanto agradece el pueblo humilde al que se debe por sus altísimas responsalidades públicas y que ha soportado lo indecible por defender su proyecto de nación.

Puso a la honestidad política que se exige de un revolucionario cubano a grandes alturas.

Si somos honrados y transparentes, en su misma línea, que es asumir la autocrítica como medicina social y política salvadora —lo que heredamos del liderazgo revolucionario cubano empezando por Fidel—, debemos admitir que un porciento importante de las razones por las que disminuyó la participación ciudadana en las pasadas elecciones de delegados a las asambleas municipales del Poder Popular, que este sábado se constituían oficialmente a lo largo del archipiélago, se debió, junto a otras causas de peso, como la propia situación de crisis continuada del país, a las subestimaciones y enajenaciones de los procesos de rendición de cuentas.

En la misma medida en que las dificultades económicas, la burocratización y la formalización de esos procesos fueron abultándose en quejas sin solución y responsables sin poner la cara, se fue deteriorando la percepción social de un eslabón básico de nuestro poder revolucionario.

Por ello resulta tan relevante la señal de honestidad, limpieza, decencia y honor que ofrece, para nuestras estructuras representativas y deliberativas, la rendición de cuenta sobre su gestión del Presidente ante el Parlamento.

Lo mismo podría decirse de sus consideraciones  en otros temas que despertaron gran atención de la ciudadanía, entre estos, sus valoraciones sobre las leyes para el impulso de la ganadería y la pesca. En esencia dejó dicho, y bien claro, que normas como esas solo son útiles si en vez de promover multas y limitantes hacen «parir» carnes y peces para la necesitada mesa del cubano.

Lo fundamental es que la renovada estructura de poder nacida de la nueva Constitución de la República, la segunda del período socialista, se afiance bajo otra filosofía, que haga honores a los nuevos roles y contrapesos que tiene en su diseño, a las facultades que le fueron legalmente atribuidas a cada uno de sus eslabones. En el socialismo, muy especialmente en las condiciones de Cuba y de su singular sistema político, todos debemos andar juntos, en irrenunciable unidad, pero nunca revueltos.

Construir el socialismo próspero y sostenible al que aspiramos exige darle políticamente su peso al contrapeso. Cuando lo hagamos en propiedad, otras serán las rendiciones de cuentas y, para mayor felicidad de todos, las cuentas.

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