Así era Hart, inquieto aun en su vejez, era como una necesidad de vida para él crear con el pensamiento, hacer del pensar un ejercicio cotidiano y aportador, capaz de transformar la realidad que era preciso cambiar; porque el pensamiento de Hart no era de molde, no estaba preestablecido, no comulgaba con la ligereza y la superficialidad. De eso me fui dando cuenta, al ver con qué profundidad hacía una reflexión, cómo sus ideas tocaban asuntos tan medulares como la salvación de la especie humana; la ética en el actuar de los hombres; la importancia del Derecho, la justicia y la tradición jurídica cubana; la necesidad de salvaguardar la memoria histórica, de propagar los valores de nuestra cultura; en fin, Hart tenía un catálogo de temas impresionante; y una vez que te atrapaba ya era muy difícil intentar escapar de su cosmovisión.
Me unió enseguida a Hart su vocación de justicia, su profunda martianidad, su lealtad a Fidel, su confianza en los jóvenes; yo encontré en el anciano venerable una escuela, una plataforma de ideas tan atractiva cuanto más profunda que no dudé en asirme a ella, al pensamiento de Hart, a la obra de un hombre esencial en la batalla cultural de nuestro pueblo librada históricamente. Y siempre es preciso volver a él, por su original análisis de los temas más complejos de la humanidad, porque nos hace falta revisitarlo para continuar construyendo el socialismo cubano, para mantener viva la Revolución. Hart es de esos imprescindibles teóricos revolucionarios; acaso, ¿pudiera existir una buena práctica revolucionaria sin teoría revolucionaria? Evidentemente no, y en Hart encontramos una doctrina de raíz martiana en sus esencias, una interpretación marxista de la historia, un pensamiento dialéctico emancipador.
Volver a su obra es siempre un ejercicio de formación política, y no porque haya sido un político sino porque alcanzó —lo que atribuyó a Martí y a Fidel con tanta certeza y claridad meridiana— una elevada cultura de hacer política; concepto que teorizó y legó para las nuevas generaciones de revolucionarios. Era profundamente martiano Hart; su asimilación del pensamiento y los valores de Martí definieron su carácter. La fe de Hart en el mejoramiento humano y en la utilidad de la virtud, desde esa vocación martiana, tiene en la importancia que dio a la educación y la cultura, un punto de partida para la transformación cultural del hombre, que pasa por la subjetividad humana, por la capacidad de superar la bestia que habita en los seres humanos. «Donde no esté la cultura está el camino a la barbarie»; esta idea de Hart tiene hoy plena vigencia cuando atravesamos una alarmante crisis humanística que destruye al hombre y lo reduce a materia que solo alberga sentimientos egoístas o está abducido mentalmente por las despiadadas garras de la colonización cultural.
La labor formadora de Hart, como Ministro de Educación primero y de Cultura después, así como al frente del Programa Martiano en Cuba; siempre pensando y trabajando con los jóvenes, con su Movimiento Juvenil Martiano, fue eminentemente virtuosa; él estaba convencido, como Fidel, que lo primero que había que salvar era la cultura, porque era escudo y espada de la nación. Y promoviendo los valores de nuestra rica cultura, con el potencial creado por la Revolución, garantizábamos el alimento esencial para la virtud. Por eso Hart no fue partidario nunca de la división, de los feudos, de segregar cuando el momento exigía y (exige hoy) albergar la unidad. Su principio unir para vencer tiene un extraordinario alcance filosófico porque hay en él una elección y toma de partido por lo que significa la garantía de victoria bajo la fórmula del amor triunfante: «Con todos y para el bien de todos».
Y si volvemos a Hart estamos emprendiendo un camino hacia el mundo moral; basta recordar lo que él mismo dijera sobre su lucha, la de los jóvenes de aquella generación del centenario de Martí: todo comenzó como una cuestión moral; era evidente que un joven como Hart, formado en el seno de una familia que sembró en él y en su hermano Enrique, el valor de la ética y la justicia, el honor y la dignidad; elegiría echar su suerte, como martiano que era, con los pobres de la tierra; y alegaría que el arroyo de la sierra lo complacería más que el mar. Así era Hart; si leemos sus cartas desde el presidio padecido en su etapa insurreccional de la lucha contra la tiranía en Cuba, vamos a descubrir a un ser humano de una sensibilidad extraordinaria, de una vocación ética que necesariamente lo conduciría a ese escalón de la cultura en que el hombre se eleva sobre lo común de la naturaleza humana, y se convierte en hombre nuevo. Hart es heredero de esa tradición filosófica, ética y jurídica cubana; intérprete, desde su creación, de esa sabia predecesora y cultor de un pensamiento propio, crítico y revolucionario.
A 3 años de su partida física continúa Hart entre nosotros, con su originalidad y confianza en los jóvenes. Creer en los jóvenes fue para Hart acicate de la continuidad de la obra revolucionaria; por eso necesitó, fue vital para su vida, sentirse joven, de la manera que pudo y fue mejor serlo; de espíritu, conciencia y pensamiento. El mejor homenaje a Hart es mantener a buen resguardo la hermosa obra de la Revolución, seguir creando para un futuro mejor, amar a Cuba, como él lo hizo, con profunda pasión.