Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Homicidas en un vertedero

Autor:

Osviel Castro Medel

Me lo contó una amiga, sobresaltada, hace varias semanas. Delante de ella habían intentado cometer un «asesinato».

No resultó un intento de crimen contra una persona, pero cuando supe los detalles… me aturdí tanto como ella.

Se trató de un chofer que, al parecer cumpliendo orientaciones «secretas», tomó por una ruta poco transitada y enrumbó la guagua hasta un lugar increíble: el vertedero de Cautillo Merendero, el barrio descolorido donde crecí, en la provincia de Granma.

Entonces cientos de libros, de distintos tamaños y contenidos, fueron lanzados desde el ómnibus a la basura. Algunos curiosos del barrio quedaron paralizados por aquel vuelo masivo y nada literario en medio del monte.

Entre los títulos arrojados a la muerte se encontraban varios empleados en la enseñanza técnica: Electrónica fundamental, Fundamentos de hornos y combustibles, Controles industriales, Temas de informática básica, Metalografía…, pero también otros: La Ilíada de Homero, Los niños del infortunio, El grito del Moncada, Educación estética y musical, Literatura Universal I, Historia de Cuba….

Suerte que, esparcida la voz entre la vecindad, varias personas acudieron al vertedero y se apropiaron de decenas de libros, aunque de seguro algunos no leerán ni una sola letra y los emplearán en otros asuntos. De todos modos, siempre algunos títulos quedaron abandonados a la intemperie.

Al final, la guagua, con sus misioneros encima, se marchó del sitio a toda velocidad, con una legión de polvo tras sus gomas. Se retiraba «invicta» porque nadie atinó a copiar su matrícula ni a fijar en la mente la silueta del conductor.

Sin ser detective, es fácil inferir que los libros salieron probablemente de una escuela, donde alguien creyó de manera infeliz no necesitar esos ejemplares y decidió la hoguera; quiere decir, enviarlos a una montaña de escombros ordinarios.

De cualquier modo, entiendo el pesar de mi amiga, porque el hecho asusta, entristece, duele y nos descarga varias interrogantes, hoy más grandes, cuando llevábamos solo dos meses de curso escolar: ¿A qué institución de Cuba le sobran los libros como para mandarlos a un basurero? ¿Si alguna entidad los tuviera «en exceso», no sería mejor enviarlos a bibliotecas o, incluso, repartirlos en la comunidad? ¿Los ejecutantes de ese doble atentado a la lectura y a la cultura tendrán idea de la gravedad de su acto?

Es muy posible que los autores del disparate —no inocente, por supuesto— sean incapaces de entender que los libros sobrepasan la dimensión de objetos y que son imprescindibles en cualquier circunstancia, incluso en la modernidad, sobresaturada de nuevas tecnologías.

Sin embargo, no se trata de un mero ejercicio de comprensión o de catalogar un hecho de simple o extraordinario. Botar textos en masa es un asesinato intelectual, cultural y físico, y requiere enfrentamiento, condena.

Lo peor: hay más acontecimientos parecidos. Lo escribo porque incluso en plena ciudad he visto varias veces, entre la basura, decenas de ejemplares de libros sobre historia, arte, ciencia, filosofía.

A estas alturas, cuando ya han pasado varios años de aquel hermoso anhelo de conseguir una educación integral para un país completo, no podemos callarnos monstruosidades como estas, que laceran sueños, desdicen de una obra edificada durante décadas y van en contra del espléndido torbellino de conocimientos, pupitres, pizarras y emociones que crecen cada curso en nuestras aulas.

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