Hace unos días viajaba en un «almendrón» por la calle 23 del capitalino Vedado. El calor, a pesar de ser enero, y la letanía rítmica de un reguetón, mantenían a los pasajeros en un aburrido letargo. De pronto un estruendo dejó a todos atónitos. El chofer, a duras penas, logró frenar contra el borde de la acera y uno de los viajeros, con la natural vis cómica de los cubanos, preguntó: «¿Esto será un coche bomba?».
Todavía no salíamos del asombro cuando el conductor, que andaba buscando por la rueda la razón de tanto ruido, con una media sonrisa y el rostro aún pálido por el susto, anunció: «No se preocupen, seguimos camino sin problema; fue una botella».
Desde que se ha intensificado la venta de cervezas importadas —Heineken, Sol, Presidente, Estrella— las botellas vacías se pueden encontrar en los lugares más inesperados. Parques, aceras, muros o aleros son apropiados para que, al descuido, quienes consumen el líquido las dejen abandonadas. Lo peor son las que se rompen, y sobre las cuales los transeúntes deben caminar, con el peligro de cortarse un pie, si van con zapatos descubiertos; y ni pensar lo que puede implicar para niños y ancianos.
Buscar el porqué nos lleva a la ya reconocida y criticada indisciplina social. Al menos en La Habana, porque debo reconocer que en otras provincias he encontrado las calles mucho más limpias, el reguero de cuanto desecho podamos imaginar está presente.
Es cierto que a veces faltan cestos o contenedores, que la basura no se recoge a diario, pero he visto colocar «justo al lado del tanque» y sin necesidad cualquier cantidad de desechos.
Las laticas de cerveza o de refresco pueden encontrarse también al descuido, pero ahora se trata de cristal, y ya no es solo un problema de limpieza y salud de las personas y el medio ambiente, sino de riesgo.
Ya sabemos que no hay que devolverlas, ni entregar la vacía como fondo para adquirir la llena, así que inmediatamente que se ingiere el líquido se convierte en un estorbo. Otro asunto que conspira contra el orden es la venta de cerveza fría en las tiendas en divisa que no tienen preparadas mesas para el consumo, y donde además colocan un cartel que advierte que no se pueden ingerir bebidas alcohólicas dentro del local.
Estoy de acuerdo; el espacio para hacer las compras no es para que haya un grupo de personas, de pie, tomando cerveza, pero entonces, ¿por qué las venden frías?
¿Sería mucho pedir que las bebidas, y también los alimentos, se consuman dentro de locales preparados para ello, pues la proliferación de ventas sin esas condiciones es un mal necesario convertido en habitual paisaje capitalino?
Queda entonces esperar que aquellos que recolectan materias primas para el reciclaje, algún barrendero, o simplemente un vecino a quien le dejen la botella en la puerta, la ventana o el jardín de su casa, las deposite en el cesto. Mientras, seguirán siendo un peligro inminente para todos.