Tiene manos suaves que dominan el acero. Su mirada segura se sabe escolta de un sueño. Marcha al compás de una época. Saluda a la historia con el brazo a la altura de la gorra militar, desde donde cae el pelo sin rebeldías. Como ella hay muchos en la Plaza de la Revolución, donde, desde el amanecer, jóvenes, militares, y mucha gente, ha tomado las calles.
El desfile es de ellos y del pueblo combatiente. Cuba empuña otro enero con la moral que le han dado casi 60 años de libertad. Sus hijos más nuevos están allí, uniformados unos, civiles otros, pero todos sujetando la misma bandera de la estrella única.
Dicen que por ellos Fidel anda ahora por todos los rincones de la Isla al mismo tiempo. Desde el pasado 25 de noviembre aprendió a caminar con sus botas de guerrillero por mil caminos a la vez; y todos lo conducen al mismo sitio cálido: el abrazo del pueblo.
Por eso este 2 de enero la Plaza tuvo sus huellas; y al inicio de 2017, frente al Martí que desde lo alto mira a sus herederos, muchachos de verde olivo se reunieron y trajeron un pedazo de Sierra hasta las avenidas de la capital.
Los soldados de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) de hoy caminan orgullosos de la tradición de lucha que los antecede. Recuerdan a los héroes de ayer, a los también muchachos en ese entonces que, sin miedo, dominaron los mangles espinosos de aquel desembarco el 2 de diciembre de 1956, cuando, entre la caminata recia y el cansancio de siete lunas de viaje, nacía la organización que tienen actualmente.
Unos días antes de la llegada, el 30 de noviembre, Santiago despertó entre disparos y con las calles pintadas de rojo y negro por los brazaletes del Movimiento 26 de Julio. Ahora La Habana, otra vez por el Granma y la Patria, amanece enérgica, pero con un ejército de muchachos y niños que son retoños del árbol grande que fueran los jóvenes de aquellas auroras de combates por una tierra libre.
Por estos días, pero hace más de medio siglo, Fidel estaba casi recién llegado a las montañas de la Maestra. La semilla del Ejército Rebelde comenzaba su búsqueda de terreno firme para crecer y, aunque las noticias hablaban de un líder muerto, el Comandante contaba los escasos fusiles y convencía a los hombres de que el triunfo estaba en el espíritu y no en la cantidad de balas.
Esos barbudos que vencieron al frío, el hambre y las carencias de la vida en campaña en las montañas de Oriente, supieron enseñarnos el valor de tener una Cuba con niños ante las pizarras y no olvidados en los bohíos; y esos mismos siguen sujetando faroles ante los caminos de hoy.
Por eso, en este despertar de año recién nacido, el Granma no está en las aguas pantanosas de Los Cayuelos, sino que zarpa desde el mar de manos pequeñas que lucen pañoletas azules y lo advierten, más que yate, pedazo de lo que somos.
Y ante esa imagen de pueblo joven defendiendo un país, vuelve Frank a mandar combatientes para la Sierra, Almeida a desandar los trillos hasta el Tercer Frente, a rescatar su canción de Lupita mojada en el bolsillo del pantalón tras el desembarco, regresan Camilo y Che a dirigir sus columnas rumbo a Occidente, o Crescencio Pérez señala los vericuetos más seguros de las lomas.
Esos y otros comandantes rebeldes, jefes clandestinos, junto a capitanes y soldados de barba crecida pusieron en los brazos de esta nación la soberanía. Hoy, otras miradas jóvenes dominan el acero y escoltan el mismo sueño.
Marchan al compás de una época y Raúl y Fidel, nuestro Comandante eterno, calzan otra vez sus botas de bajar luceros y miran, con el orgullo de casi 60 eneros, a quienes hoy saludan la historia con el brazo a la altura de la gorra militar.