«Estamos en remodelación», decía el cartel de la pizzería, de modo que tuve necesidad de «remodelar» mis deseos y consumir un producto sustituto. Me sucedió, tres jornadas después, algo similar con el café, unos días más tarde, con un almuerzo y de nuevo con las pizzas, en otro espacio gastronómico…
Las transformaciones que por estos días tienen lugar en muchos espacios del cuentapropismo capitalino le están cambiando la cara a las cafeterías o restaurantes, modificando favorablemente, de paso, la imagen de la ciudad. Una mano de pintura, muebles nuevos, rediseño de locales o incremento de surtidos, aparecen como objetivos de quienes emprenden, se arriesgan y juegan a ser más competitivos.
Las modificaciones más importantes, sin embargo, permanecen como agazapadas en la mente de quienes administran una parte de estos negocios. El buen servicio, la información oportuna, las pizarras con los productos que de verdad se ofertan, incluso con la ortografía correcta, no se incluyen en las modificaciones.
Y esta tesis no es fruto de la adivinación (que no es mi fuerte), sino de la certidumbre de que nuestro pueblo, en su apremiante búsqueda del «condumio», poco repara en consumir un masarreal entregado con la misma mano que recibió el dinero. O no se perturba porque no exista en oferta un producto aparentemente disponible, según la pizarra.
Se hacen dueñas de la situación esperas enormes mientras los dependientes descubren aplicaciones de teléfonos y tabletas, pedidos reiterados cuando la desatención se enseñorea en los rostros y mentes de quienes su trabajo soy yo, somos nosotros, es usted.
Y en definitiva, ¿para qué molestarse ante un «arros» (que más bien es atroz) en la tablilla, si el arroz está bueno? ¿Qué importancia puede tener si una muchacha está conversando y en «apenas» tres minutos viene a preguntarme, atentísima, si yo quería algo? ¿Debo alterarme en un local totalmente reparado, si me ponen a desarrollar complejísimos cálculos para entregarme un billete «exacto»?
Quizá usted estuvo ya en mi piel, algo inconforme. Nos queda la opción de quejarnos, aunque estos sitios de los que les hablo no tienen buzón de quejas y sugerencias, en tanto los directores o administradores casi nunca están. Quizá el mayor castigo es no volver jamás al sitio donde recibimos lo que no se remodeló, aunque La Habana se nos muestre mejor maquillada, más hermosa en apariencia...