La falta de previsión de la que todavía se adolece continúa golpeando de manera contundente, a pesar de los empeños para pasar esa página inherente al desenvolvimiento administrativo.
Lo predecible nunca debe sorprender y, mucho menos originar, como ocurre, daños a la economía que se pueden evitar o, al menos, menguar mediante la aplicación de medidas, más que sabias, lógicas.
Más que erudición, lo necesario para prever resulta el análisis oportuno sobre la base de los datos disponibles ante el hecho en cuestión que amenaza con impactar.
Ahora mismo, en menor o mayor medida, la intensa sequía exprime al país, cuando deja pérdidas en la agricultura, incluida la muerte de cabezas de ganado atribuida a la inexistencia de alimentos, una estocada más de este «no prever», que obra de la propia natura.
¿Se puede evitar o, al menos, convertir en excepción ese último perjuicio? Todo indica que con una buena previsión existe la posibilidad de evitar el trágico desenlace.
Ante esa realidad, Gustavo Rodríguez Rollero, ministro de la Agricultura, durante una reciente visita al municipio villaclareño de Manicaragua, alertó sobre la necesidad de prepararse mejor para este tipo de situaciones meteorológicas, que se van haciendo habituales.
Como ejemplo esgrimió que no basta con tener bancos de biomasa para alimentar el ganado, hay que sembrar caña y rescatar las áreas forrajeras, y proteger también mejor los potreros del fuego.
De las palabras del Ministro se intuye la factibilidad de que las entidades ganaderas logren una mejor preparación para enfrentar la sequía.
Pero aceptemos que en determinadas empresas, por la gran cantidad de ganado, carecen de recursos para garantizar toda la comida necesaria en el período de seca.
No obstante, en aquellos centros con posibilidades y reservas, hay que prever las medidas a fin de atajar el posible golpe anunciado en el almanaque con la llegada de la estación de sequía. Y los más capacitados para diseñar las posibles variantes son los propios ganaderos.
Porque, a estas alturas, carece de la más elemental lógica que parte de la masa se vaya deteriorando, inexorablemente, hasta el extremo de que muera por inexistencia de alimentos. Aunque trágica, tampoco resulta esa la única imprevisible que nos corroe.
Los descuidos a veces se presentan hasta enmascarados en informes. Puedo dar fe de ello, porque, en ocasiones, echan por delante primero el socorrido «faltó esto o aquello» para suavizar o relegar la escasez de visión que hace rato debería estar metida en cintura a fin de erradicar, de una vez, los añejísimos traspiés que causa.