Es difícil encontrar a un compatriota que no sienta expectación ante el inicio del curso escolar. Esta afirmación pudiera resultar exagerada, pero las cifras son convincentes: ¡casi dos de cada cinco cubanos concurrió a un centro escolar el 1ro. de septiembre!
Prácticamente todos los hogares están involucrados: la abuelita ajusta el uniforme a la anatomía de su nietecito, el tío o la tía buscan cualquier material «reciclado» que pueda prestarse para forrar libros y libretas, los padres hacen sus pininos para completar el ajuar escolar que incluye zapatos y mochila...
Sin embargo, si nos referimos a los propósitos, estos comienzan a fraguarse desde las postrimerías del curso anterior, cuando hacemos balance de lo que ha quedado bien y vale la pena reafirmar, y de lo que no ha salido como se esperaba y requiere más atención.
Para este curso 2014-2015 se ha hablado insistentemente de convertir la escuela en el centro cultural más importante de la comunidad, aspiración que va mucho más allá de lo que en números y letras debe hacer la escuela, y que de no quedarse solo en el propósito —entendido en el más largo plazo—, contribuirá significativamente a que mengüen muchos trastornos que lastran la convivencia ciudadana.
Se apuesta también porque la escuela, con cierta autonomía, organice sus actividades de modo que la vida escolar resulte más a tono con los intereses de los estudiantes. Esta proyección puede educar a que los estudiantes sientan, más que la obligación, el placer de estudiar, unido al gozo de asistir a centros que en muchos casos fueron objeto de acciones constructivas y dieron la bienvenida al curso más confortables y bonitos.
Si bien es cierto que los educandos son la condición por la cual existe la escuela, los docentes son los que en última instancia tienen la responsabilidad de enfrentar las sublimes tareas que se le encargan a ese espacio que José Martí llamó «fragua de espíritus».
Se ha valorado que las flexibilidades de horarios les darán a los docentes más posibilidades de autoprepararse y de reflexionar en colectivo, lo cual resulta loable pues el maestro necesita tener la oportunidad de «levantar la vista» y mirar a su alrededor, leer mucho, estudiar. Ensimismado como ha estado en el contexto exclusivo del aula y afectado por numerosas dificultades, especialmente de carácter material, muchos «evangelios vivos» se han visto limitados para ampliar su universo cultural, cuestión que a la postre les permitirá incorporarse eficazmente al propósito de materializar la aspiración de convertir la escuela en el centro cultural más importante.
La relevancia del maestro se siente incluso en la preocupación de la familia por la falta de docentes que aún persiste, o en la atención que las autoridades del sector dan a este aspecto, y al énfasis con que han planteado que no quedarán aulas sin docentes ni asignaturas por impartir…
Muchas alternativas se han tomado en cursos pasados y tendrán que asumirse nuevamente para suplir la carencia de maestros. Hay quienes piensan que las mejoras en las condiciones de vida y el salario, contribuirían a la solución del problema. Incluso, muchos en el propio sector educacional creen que a partir de su paulatina aplicación volverán a abrazar el magisterio personas que lo abandonaron…
Más allá de los propósitos y expectativas, habrá que seguir pulsando todo recurso necesario para profundizar el amor a esta profesión y encauzarla de modo dialéctico en medio de nuestra cambiante sociedad. Así ha sido siempre después de enero de 1959 y otra cosa no cabe esperar en este nuevo curso.
*Profesor de la Universidad de Ciencias Pedagógicas Juan Marinello, en Matanzas