¿Qué hace usted, Gabriel García
Márquez, viviendo entre los
hombres comunes? Carta de
Juan Bosch a Gabriel García
Márquez, Santo Domingo, 3 de
julio de 1972.
Era 18 de noviembre de 1958, y en el Auditorio de la Facultad de Humanidades de la Universidad Central de Venezuela, el escritor dominicano Juan Bosch, ya para entonces uno de los más reconocidos cuentistas de América Latina, comenzaba a impartir el curso Ideas Generales sobre el arte de escribir cuentos. A sus conferencias asistía un joven periodista «venezolano» de apellido Márquez, que trabajaba en la revista Momento de Caracas. Según el propio Bosch, este joven «no había faltado a una sola de las conferencias, tomaba nota de todo lo que yo decía y después que yo terminaba de hablar comenzaba él a hacer preguntas».
Diez años después, en marzo de 1968 y ya en Santo Domingo, el otrora maestro de narraciones breves y ex presidente de la República Dominicana, Juan Bosch, estaba a punto de partir hacia Barcelona adonde era llamado para impartir algunas conferencias sobre problemas de América Latina, cuando llega a sus manos una carta. Cuenta el propio Bosch que solo atinó a leer el final de la firma del remitente, «Márquez», pues estaba imbuido en la elaboración de un artículo que debía despachar de inmediato. Y se dijo: «Es Márquez, el periodista “venezolano”». Tres días más tarde despertó sobresaltado en la madrugada. Al sentirlo, su esposa doña Carmen le preguntó qué sucedía, a lo que él respondió: «Es que creo que tengo ahí una carta de Gabriel García Márquez», y corrió a revisar sus papeles. Efectivamente, la carta era del escritor colombiano a quien la pareja do-minicana consideraba, desde que conocieron su obra La hojarasca, «un nombre sagrado».
Cuando ocurrió su nuevo encuentro en Barcelona, donde vivía el Gabo, dice Bosch que efectivamente reconoció en él a aquel joven periodista a quien había creído venezolano porque el apellido Márquez era muy común en la patria de Bolívar. Preguntado sobre si era él quien asistió a aquellos cursos en Caracas, García Márquez respondió que sí, y que aún guardaba las notas de aquellas conferencias «y las releo cada vez que escribo un cuento, porque antes de escribir una novela me hago la mano escribiendo cuentos». Y Bosch enfatiza este hecho porque en cada uno de esos breves relatos el Gabo iba acumulando ideas que luego desarrollaba en sus novelas, de manera que el gran colombiano no era un improvisador sino un trabajador que elaboraba su obra concienzudamente, «y es bueno que eso se sepa en la América Latina, donde se ha improvisado tanto, y fuera de América Latina, donde corre la leyenda de que aquella es la tierra del “mañana, mañana” y del “ya veremos”».
Estas anécdotas y apreciaciones sobre la obra del Nobel de Literatura 1982, las escribe Juan Bosch a solicitud de la revista norteamericana New York Book Review, el 7 de noviembre de 1968, desde Benidorm, España, cuando daba los toques finales de su Composición social dominicana. Historia e interpretación, cuyo preámbulo está fechado 16 días más tarde.
La amistad que uniría para siempre a estos dos grandes narradores tuvo, como se ve, un origen literario. Sin embargo, en su arraigo y profundización influyó mucho el hecho de que ambos eran apasionados defensores de la condición latinoamericana, de la historia de gloria y de dolor de nuestros pueblos artísticos y originales en los que la naturaleza misma se presta a convertir en mágico o milagroso el acto cotidiano, avivado por la imaginación sin límites del ser que habita en estas tierras.
Ejemplo de lo anterior es la participación de ambos en las sesiones del Tribunal Russell Segundo, en 1975 y 1976, convocados para juzgar los golpes de Estado, las tiranías, las violaciones de derechos humanos y las agresiones imperialistas en América Latina. También fueron activos participantes de los Encuentros de Intelectuales en Defensa de la Soberanía y la Paz, así como activa la militancia de ambos en defensa de la Revolución Cubana y la amistad invariable con su líder Fidel Castro.
Algo se ha dicho sobre la relación Maestro-Discípulo entre Bosch y el Gabo, pero en honor a la verdad ambos fueron discípulos y maestros de la mejor tradición de la cultura del Caribe y de nuestra América, en la que una parte puede representar al todo pero solo el todo podría colocar en su justa grandeza a cada una de las partes. Así, el creador del coronel Aureliano Buendía dedica, en 1975, su libro El otoño del patriarca a «mi maestro Juan Bosch», y el autor de Camino real dirá, en el trabajo a que hemos hecho referencia, que «La lengua de García Márquez no manifiesta un estilo personal; el estilo de García Márquez está en lo que dice, no en la manera de decirlo, y lo que él dice no puede ser descrito y no puede ser explicado».