Puede que esta pregunta no inquiete a todos los jóvenes de hoy. Quizá algunos se hayan concentrado en otras verdades y preocupaciones también esenciales. Tal vez todavía quedan quienes siguen viendo en José Martí a nuestro Héroe Nacional, un gran poeta, una parte gloriosa de la historia… y nada más. Pero estoy segura de que en estos muchachos que aún no han advertido toda la magnitud de ese sol del mundo moral, cierta espiritualidad martiana sería una buena guía.
Porque hoy esta es una pregunta para todos los cubanos. Un cuestionamiento con el que alguna vez hay que tropezarse. ¿Cómo ser mejores martianos? ¿Cómo asirse de estas ideas que prometen ser la tabla de salvación que Cintio Vitier advirtió para Cuba? ¿Cómo seguir al Apóstol en aquello de hacer de la política un asunto del alma?
Para ser un mejor martiano no se precisa saber de memoria sus Obras Completas, porque recitar mecánicamente no dice tanto de cómo se comprende al Maestro. Tampoco funciona la práctica de repetir una creencia en vano para anotarse del lado de los buenos. Porque a los que se escudan tras sentimientos falsos se les descubre fácilmente cuando la situación pasa de las palabras, cuando «cuidarse» no es una opción y se precisa salir a darlo todo en esa guerra que nace de la unión de alma y cuerpo.
Porque llevar al más grande de los cubanos corriendo por las venas —ya lo demostró nuestro José ese 19 de mayo— es transpirar consecuencia entre pensamiento y acción. Sin ese modo de ser, cualquier 24 de febrero sería imposible, y no existiría el día de recordar que darse por vencido en alcanzar el ideal no es una opción. No existiría la fecha para rendir tributo a esa cualidad tan martiana de unir por encima de las diferencias.
Ser martiano, además, cabe en una mirada, en un gesto, en la forma de abrazar, en el modo de querer, en ese estilo único de amar que hace del mundo un mejor sitio. Ser martiano es tomar de la mano a un amigo para que nadie lo ofenda. Es hacer y decir con la misma intensidad; es señalar aquello que es injusto y hacer de la Patria un lugar mejor.
Es recordar que quien se da, crece, y hacer de la generosidad una práctica constante y de la razón un ejercicio íntegro de sí mismo y del respeto al de otros. Es no perder la oportunidad de sembrar sus ideas en todos. Porque nadie está demasiado lejos del Apóstol ni nadie merece vivir sin su luz.
Y siempre existe una frase suya adecuada para cada uno de los que nos rodean, siempre hay un modo secreto de acercar a Martí a cualquiera. Desaprovechar una estrategia martiana que llame la atención de un amigo es un delito que nadie puede permitirse hoy. Porque su palabra puede estar en todos. En esa verdad particular que cada uno defiende, siempre hay una porción que podemos completar con el Apóstol. No por gusto decimos siempre que escribió de todo, y para todos.
Algunas frases son tan imprescindibles para la filosofía particular de cualquier joven que resulta fácil hacer que se apropien de ellas. Y debe uno ser «todo oídos» ante esa certeza mayor que Cintio Vitier enunció, para que ninguno de nuestros hermanos, por más alejado que esté de nuestra verdad, quede sin escucharle. Porque no hay muchachos de los que apartarse: a cada latinoamericano —o de cualquier latitud— debe llegar Martí.
Porque esa receta que trazó Cintio tiene que ser efectiva: un niño que crezca con La Edad de Oro, y luego vaya recibiendo en pequeñas y oportunas dosis algunos de los textos que tan sabiamente se distribuyeron por edades en los Cuadernos Martianos. Quizá ese niño, un día, se encuentre con contenidos de esos que creemos destinados solo para especialistas, y que resultan tan grandes como sencillos porque su mayor grandeza reside en esa cualidad única de poner al descubierto la esencia de las cosas y encontrar —como me dice alguien que bien lo define— ese concepto de lo bueno… Quien sea capaz de formar esa guía para un niño, puede estar tranquilo y con la seguridad de que no lo ha dejado desvalido.
Entonces, ¿cómo ser mejores martianos? Viendo más martianos a nuestro alrededor. Abriendo horizontes al sentir de nuestros compañeros y descubriendo en ellos la utilidad de su virtud. Porque nadie merece estar lejos del Apóstol. Aunque no todos sepan llegar hasta él.