Tal vez en alguna ocasión ha coincidido con alguien que ha actuado erróneamente o ha tomado una decisión equivocada, y cuando se detiene a meditar serenamente en lo ocurrido, y en lo que conoce acerca de lo que pudo llevar a ese alguien a que procediera de ese modo, le viene a la mente una idea recurrente: ¡Caramba!, yo pudiera haber sido él (o ella), y en similares circunstancias muy probablemente hubiera hecho lo mismo. ¿Nunca le ha pasado?
Para valorar objetivamente un evento no se debe perder de vista su contexto. Todo cuanto hacemos o decimos, y también la forma en que nos comportamos con los demás, tiene su raíz en nuestra historia de vida. No afirmo que estén determinados absolutamente por esta, pues siempre existe la posibilidad de adoptar posiciones diferentes, pero hemos de mostrarnos de acuerdo en que no pocas veces nuestras acciones y decisiones son reacciones a las de otros con los que nos relacionamos —entre los que muy bien pudieran estar los que hoy nos imputan que no procedimos como debiéramos—, o ser derivación, directa o indirecta, de las mismas.
En materia de relaciones humanas, particularmente en aquellas en las que ninguna de las partes tiene algún tipo de poder sobre la otra, cualquier detalle es trascendente. Hay quienes creen, sin embargo, que es una nimiedad incumplir una promesa, olvidar una fecha significativa, mostrarse indiferente ante la petición de alguien de no volver a hacer algo que le afecta, o preocuparse poco por halagar alguna vez con un pequeño gesto o una mínima sorpresa, y consideran además una majadería que se le conceda mucha significación a cualquiera de estos temas.
Tales personas van por la vida despreocupadas, incumpliendo, olvidando, no escuchando, hasta traspasar los límites de lo aceptable, cual si no les importara demasiado lo que piensan y sienten sus semejantes. ¡Ah!, y, para colmo, después «no comprenden» por qué estos se molestan, cambian con ellas, o se alejan.
Puede ser, y de hecho es muy posible, que no se propongan ser de esa manera, que no sean conscientes siquiera de las consecuencias de sus actos. Sencillamente son así, y ya. Claro está, es difícil entonces comprender por qué, incluso cuando se les habla una y otra vez sobre lo que sucede, persisten tozudamente en su conducta.
Ahora bien, si fuera usted uno de esos seres, no debiera pasar por alto que hoy es el ayer de mañana, y que si ahora es descuidado en el trato, informal, o de algún otro modo hiere a aquellos con los que convive —pareja, amigos, compañeros, familiares o vecinos—, o a quienes lo quieren, puede estar creando condiciones para que ellos después no actúen con usted como espera, o para que los «pierda» aun cuando sigan a su lado.
Y si, lamentablemente, eso ya le ha acaecido, lo mejor sería preguntarse sinceramente en qué falló y en qué momento comenzó a dejar atrás lo que quería, amén de reconocer su responsabilidad en lo ocurrido. Quizá esté, incluso, a tiempo de revalorizar y, con la lección aprendida, aprobar esta vez ese examen de la vida.