«El extraño puede escribir estos nombres sin temblar, o el pedante, o el ambicioso: el buen cubano, no». Así, de manera rotunda, comenzaba José Martí su artículo Céspedes y Agramonte, publicado el 10 de octubre de 1888 en El Avisador Cubano de Nueva York (hizo este jueves 125 años).
En el momento en que el Apóstol ha vuelto a la carga patriótica en pos de la independencia de Cuba, levantado ya el voto de silencio que él mismo se había impuesto luego de sus diferencias con el general Máximo Gómez, en 1884, en torno al llamado Plan Gómez-Maceo, las figuras de Ignacio Agramonte y Carlos Manuel de Céspedes vuelven a relucir ante la vista de la emigración cubana en los Estados Unidos, esta vez de una manera diferente.
No era solo el recuento épico de las acciones de estos paladines de la libertad cubana, es sobre todo el equilibrio en el análisis histórico, la reverencia ante la figura de aquellos que, dueños de hombres y poseedores de grandes riquezas, lo echaron todo al fuego de la hoguera revolucionaria para forjar a su calor la Patria nueva; era la justicia en la conformación del carácter humano de los héroes, y la gratitud de hijo mostrada en el perdón ante los yerros de sus actos. Luego de años en que las pasiones habían dibujado y desdibujado a su antojo la obra sublime e imperfecta que ambos dejaron apenas iniciada por la prontitud de sus muertes en combate, Martí hace a un lado las diferencias reales y las que les habían endilgado la cobardía y las bajas pasiones de los hombres, y dice que «…lo que queremos es volverlos a ver al uno en pie, audaz y magnífico, dictando de un ademán, al disiparse la noche, la creación de un pueblo libre, y al otro tendido en sus últimas ropas, cruzado del látigo el rostro angélico, vencedor aún en la muerte».
El alma poderosa del hombre que ha iniciado ya el último tramo del camino tortuoso que lo llevaría a ser llamado, aún en vida, el Apóstol de Cuba, envuelve la memoria de estos dos titanes y los purifica por el amor y la ternura devolviéndolos pulcros y deslumbrantes al Olimpo de los Padres de la Patria. Entran separados a su análisis, como dos ramas principales, y salen juntos, convertidos, por obra y gracia de la pasión cubana del que escribe y la grandeza a que les dio derecho su amor y entrega a Cuba, en el tronco portentoso del árbol de la libertad.
«El uno es como el volcán, que viene, tremendo e imperfecto, de las entrañas de la tierra; y el otro es como el espacio azul que lo corona». Son una unidad. Cada uno ha sido guiado por nobles propósitos aun cuando sus propuestas hayan diferido en tiempo y forma. Vistos por separado, Martí resalta por un lado «la fortaleza del que, sin más armas que un bastón de carey con puño de oro, decidió, cara a cara de una nación implacable, quitarle para la libertad su posesión más infeliz…» y del otro dice que «Leía despacio obras serias. Era un ángel para defender, y un niño para acariciar. (…) Era como si por donde los hombres tienen corazón tuviera él estrella. Su luz era así, como la que dan los astros; y al recordarlo, suelen sus amigos hablar de él con unción, como se habla en las noches claras, y como si llevasen descubierta la cabeza».
Bajo la Ley del Equilibrio martiano son valoradas sus conductas y sus obras: «¡Mañana, mañana sabremos si por sus vías bruscas y originales hubiéramos llegado a la libertad antes que por la de sus émulos; si los medios que sugirió el patriotismo por el miedo de un César, no han sido los que pusieron a la patria, creada por el héroe, a la merced de los generales de Alejandro», nos dice de Céspedes. Y de Agramonte confiesa que «¡acaso no hay otro hombre que en grado semejante haya sometido en horas de tumulto su autoridad natural a la de la patria! ¡Acaso no haya romance más bello que el de aquel guerrero, que volvía de sus glorias a descansar, en la casa de palmas, junto a su novia y su hijo!».
En la hora actual de Cuba, para las generaciones que viviremos bien entrado el siglo XXI, este escrito martiano deviene algo más que un artículo patriótico, es un método de análisis histórico-político para acercarnos, en justicia, a la vida y la obra de los hombres que en fecha más cercana, inspirados en aquellos padres fundadores, también salieron de las comodidades de sus fortunas, de la seguridad de sus profesiones o de la tranquilidad de sus familias, «a sangrar y a morir, sin cama y sin almohada, por nuestro decoro de hombres».
Estudiando a profundidad su obra y conociendo de cerca sus vidas, desde el más visible hasta el casi desconocido, si miramos con los ojos del alma a tanto héroe que aún respira y pelea junto a nosotros, los cubanos de hoy también podemos decir como dijo Martí, conmovedor y conmovido, en el artículo que hoy comentamos: «¡Aún se puede vivir, puesto que vivieron a nuestros ojos hombres tales! (…) ¡Esos son, Cuba, tus verdaderos hijos!».