El consumo existe en todas las especies vegetales y animales, pero solo una de ellas, la especie humana, es productora de basura.
Antes se decía «Nadar en la abundancia», un ideal muy parecido a la felicidad. Hoy tenemos más que eso: tenemos superabundancia para algunos —para otros una terrible escasez—, pero no superfelicidad. Son bastante absurdas esas filas interminables de desodorantes y de miles y miles de productos en supermercados gigantescos, recorridos por caravanas de parejas empujando carritos repletos de cosas innecesarias.
Doscientos canales de televisión. Pistolas y ametralladoras disparando, muertos y más muertos —conté 46 en una sola película norteamericana—, autos explotando en el aire uno tras otro, intercalados con tandas comerciales, breves noticieros y el último crimen con toda clase de detalles. Terminamos el zapping completo sin que nada bueno, hermoso o alegre ingrese en nuestra mente. En Argentina y en otros países hay excepciones, y buenas, como canal Encuentro.
Hay casos judiciales que acumulan ¡15 000 hojas! ¿Quién puede leer todo eso? ¡Y los jueces tienen otros cien casos cada uno! Llega un momento en que mucho, muchísimo de todo, es igual a nada.
Tengo clientes de clase media que piden cuartos de vestir más grandes que el dormitorio. «Arquitecto, tenga en cuenta que mi marido y yo “necesitamos” 11 metros lineales de colgado de ropa». Algunos botineros sugieren la presencia de un ciempiés humano, como en las películas de ciencia ficción. Cuando no se tienen zapatos —como Chaplin comiéndose la suela de los suyos en La quimera del oro—, un par es la felicidad, pero… 70 pares, ¿hacen a alguien 70 veces más feliz? Y no hablemos de la cosmética, más de 50 productos por familia. O las farmacias, que ahora son cadenas con locales enormes: Farmacity, Dr. Sí, Dr. No, etc. ¿Qué pasó? ¿Está todo el mundo apestado?
Recuerdo las bellas casas de Pablo Neruda, en Chile, convertidas hoy en museos. Poca ropa y muchos objetos que evocan viajes, momentos y lugares. Neruda gozaba con los crepúsculos encendidos sobre el horizonte del mar, que junto a la mujer y a Chile, «ese territorio largo y herido», alimentaron su poesía, que es eterna.
En el mundo capitalista faltarán cosas esenciales como salud, trabajo y justicia social, pero no papel impreso. Sería difícil digerir siquiera una mínima parte de las revistas que se editan, muchas destinadas a la mujer.
En sus páginas abundan modelos desnutridas, felices con cremas y champúes que les permiten mover sus cabelleras en cámara lenta. Tampoco faltan consejos para evitar enfermedades. El ajo, por ejemplo, previene uno de cada tres infartos, aunque no los otros dos; cuestión de suerte.
Un amigo descubrió que su mujer cambia regularmente de programa alimentario con el mismo ritmo con que visita la peluquería, lugar apropiado para leer gratis esas revistas. El hombre fue resignándose a toda clase de desayunos insólitos, el último con pedacitos de ajo tragados enteros, en ayunas, el anterior con antioxidantes mezclados con trigo integral macerado, o algo así. (Reconozco que adopté lo del ajo por la mañana con resultados excelentes. Eso sí: nadie se me acerca a menos de dos metros, durante varias horas).
El citado marido me confesó que después de su cambiante desayuno «oficial», concurre clandestinamente a un bar cercano para disfrutar del café con leche con las clásicas medialunas porteñas, rebosantes de colesterol. «Este exceso de salud terminará por enfermarme», comentaba. (Fragmento)
*Arquitecto argentino, autor de varios títulos, entre ellos: Cuba existe, es socialista y no está en coma y Cuba rebelde, el sueño continúa.