«Ese es el Tema…», me comentaba un colega aludiendo al asunto que, como ningún otro, atrae con intensidad la atención y las meditaciones del cubano actual.
Se refería al Proyecto de Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución, letra que es fruto de la sabiduría popular condensada en múltiples debates recientes; y que a la vez constituye —en tanto conjunto de ideas rectoras del próximo Congreso del Partido Comunista—, pórtico hacia nuevos debates, y hacia un salto difícil pero imprescindible, desde la sociedad que hoy tenemos, a la que estamos deseando y desde ya andamos prefigurando.
Definitivamente estamos ante un buen punto de partida que nos sumerge en la oportunidad excepcional de poder perfeccionar la sociedad, hacer que ella funcione mejor, se sostenga con pies firmes, para que pueda amparar nuestros más altos propósitos de solidaridad y justicia.
A muchos he escuchado decir que los Lineamientos trasuntan lucidez, claridad, sentido de lo que más urge al país, brújula con la cual dar los primeros pasos en una etapa cualitativamente superior. La teoría —que ya sabemos no es verdad acabada sino propuesta dialéctica—, podrá llevar más o menos acápites, más o menos matices; se irá enriqueciendo con lo que la vida misma vaya señalando en el camino.
Lo que está planteado alivia y reconforta: aclarar ideas y presentar desafíos son excelentes señales si de fortalecer la Revolución se trata. A mí lo que me desvela y me estremece —y este es un sentir que advierto en otros muchos ciudadanos—, es la certeza de que convertir lo escrito en logros palpables solo será posible si antes acontece en cada uno de nosotros una verdadera revolución del pensamiento.
Para comenzar, digamos que muchos de quienes hemos vivido en un país que debe convertirse en otro mejor, somos los mismos que protagonizaremos la actualización del modelo económico y social. Y seamos sinceros: muchas veces no hay peor adversario de uno, que uno mismo y las costumbres entronizadas detrás de la frente. Eso significa que el recorrido no será lineal —la vida no lo es—, y que como las amenazas apostadas en el camino, esas de las que habló el poeta, serán un peligro ciertas sillas que inviten a parar, como el achantarse, el decir «no» sin haber mirado en derredor, e incluso la perversidad.
Lo otro es que, en una sociedad urgida de lograr equilibrios entre lo vertical imponderable, y la horizontalidad (que por cierto, si se acrecienta, lo que hace es robustecer y enriquecer la primera línea mencionada), estamos obligados a ser personas auténticas, creativas, con capacidad de proponer y de colocarnos constructivamente desde una mirada audaz de las circunstancias.
Tiene que ver con lo que recordaba Ricardo Alarcón de Quesada en estos días de análisis en el seno del Parlamento cubano: José Carlos Mariátegui, gran ensayista, fundador del Partido Socialista Marxista Peruano, asumió la doctrina de Marx, no como calco ni copia sino como «creación heroica». Y Julio Antonio Mella, ese comunista excepcional que murió asesinado por sus ideales a los 25 años de edad, abogó por «seres que actúen con su propio pensamiento y en virtud de su propio raciocinio, no por el raciocinio del pensamiento ajeno. Seres pensantes, no seres conducidos».
Como nunca antes, se trata de que todos nos entrenemos en el ejercicio del pensar, y de la participación más profunda. No será fácil remover estilos cuando todavía habitan entre nosotros lo excesivamente normativo, lo pautado, lo que «así bajó y no se discute». No será cómodo saltar sobre nuestros propios abismos. Pero posible sí es; como es un deber aprovechar la posibilidad histórica de un cambio en nuestro modo de concebir las cosas.
Por estos días cruciales, otro concepto ha estado enriqueciendo los diálogos que hacia lo interno de la sociedad se producen. Es el compartido por Fidel durante su discurso del 17 de noviembre del año 2005 en al Aula Magna de la Universidad de La Habana, y que él mismo sacó a colación en una de sus Reflexiones recientes: «uno de nuestros mayores errores de principio, y muchas veces a lo largo de la Revolución, fue creer que alguien sabía cómo se construía el socialismo».
Quiere decir que, aunque nos precede la entrega de grandes luchadores en la historia humana (y en ese legado hay herramientas insoslayables), nuestra voluntad de ir hacia más socialismo se enfrenta a un camino virgen, que espera ser hollado por la inteligencia colectiva, por una marcha de hermandad en la cual todos, como dijera alguien sabio, estamos unidos por cuerdas invisibles, de tal manera, que si alguien cae o se queda detrás nos sentiremos el tirón en el alma.
En esta hora de luz larga y de múltiples cambios, propongo comenzar por una punta aparentemente simple pero muy compleja, desafiante: cada uno de nosotros mismos.