Cuando, el 18 de septiembre de 1994, aparecía en las páginas de JR, el texto Martí en la hora actual de Cuba, era como si el autor de aquellos párrafos arrancara un pedazo de su corazón y lo levantara para que su luz purificara los enrarecidos aires de esta Isla Infinita que, amenazada, bloqueada, vilipendiada, permanecía firme y erguida, empeñada con quijotesca tozudez en no dejar morir las utopías más altas de los Hombres.
Allí Cintio Vitier, su autor, reflexionaba acerca de los destinos de nuestro pueblo y de su más firme asidero en aquellos tiempos de derrumbes y cánticos sobre el final de la historia: «No cometo la ingenuidad de aspirar a que cada ciudadano sea un especialista en la vida y la obra de José Martí, pero sí cometo la ingenuidad (...) de aspirar a que cada cubano sea un martiano. Y si llega a serlo aunque solo haya alcanzado una escolaridad de noveno grado (…), y aunque se dedique a las tareas más disímiles, ¿llegará a ser algún día un marginal de la patria, un irresponsable, un antisocial? ¿No es Martí suficiente vacuna contra esos venenos ambientales? ¿No es Martí capaz de hacer de cada cubano, por humilde e iletrado que sea, un patriota? ¿No es capaz de inspirarle resguardo ético, amor profundo a su país, resistencia frente a la adversidad, limpieza de vida?».
Han pasado 16 años desde este desgarrador cuestionamiento. Otras son hoy las condiciones y los peligros que enfrenta Cuba. Sin embargo, cada una de estas interrogantes sigue en pie como si hubiese sido cincelada en el más resistente granito. Se acaba de cumplir también el primer año de viaje de aquella alma suprema que nos enseñó no solo con su palabra y sus escritos, vibrantes y conmovedores, sino, y sobre todo, con su propia vida, porque fue hijo, compañero, amigo, padre, esposo, leal y amorosísimo; ciudadano ejemplar de una república a la que sirvió tanto con la vida pública como con la privada —como exige Martí— hasta formar parte indisoluble de ese corpus ético en que la patria, como tal, consiste.
De aquellas preguntas en apariencia ingenuas, surgió un milagro que habrá de perdurar si somos leales como Cintio: los Cuadernos Martianos, que con el concurso de todo el pueblo se imprimieron en esos años de escaseces tremendas, para que no le faltara a ningún maestro en su labor educativa la palabra de aquel «hombre más puro de la raza» que lo sufrió todo para enseñarnos cómo debe vivir y morir un cubano. Desde la primaria a la universidad, la selección de Cintio fue exhaustiva, y en ella palpita un Martí que además de enseñar, invita a asumir y a compartir un sentido de la vida donde puede alcanzarse la plenitud del ser en el ejercicio cotidiano de la virtud, sin importar el lugar que hayamos decidido ocupar en la sociedad.
En este primer aniversario, quiero recordarlo alegre como un niño, riendo en su descomunal y conmovedora sencillez, cuando el 18 de mayo de 2008 los jóvenes cubanos le entregamos, junto a su inseparable Fina, la estatuilla del Martí Acusador, en el homenaje que les rindió a ambos el Movimiento Juvenil Martiano por la obra de toda la vida.
Y cada día al levantarnos, debiéramos los cubanos todos recordar aquellas sus palabras en Vida y Obra del Apóstol José Martí: «Lo que Martí propone, en suma, es una revolución íntegra del ser que, girando sobre el eje del sacrificio y la justicia, conduzca a la historia hacia la cabal integración de todos los derechos y potestades del hombre, y a cada hombre hacia el enfrentamiento con el sentido último de su vida y de su muerte. Ante esa proposición, que reviste los caracteres de un desafío, cada uno de nosotros, según sus luces y su conciencia, tiene la palabra».