Hace unos días me llamó por teléfono un pequeño agricultor para compartir conmigo su alegría: estaba cosechando éxitos. Lo hizo, porque el pasado año me pidió que publicara su situación: había pedido, de acuerdo con el Decreto Ley 259, unas hectáreas de tierra colindantes con las suyas, y la dirección municipal de la Agricultura, en cambio, se las había otorgado a tres kilómetros de distancia. Cómo, decía, puedo tener mis sembrados tan lejos entre sí…
El periodista sabe que su oficio no consiste en resolver problemas; más bien avisar de que los problemas existen. Y le dije —por teléfono, desde luego— que antes de publicar su conflicto, consumiera toda la posibilidad de comprensión y solución en el municipio. Si topaba con la negativa o el silencio, que llamara al periódico.
Volvió a llamar, sí, pero para decirme que habían evaluado positivamente su petición. Hace unos días, casi un año más tarde, se comunicó con el periodista para informarle de cuanto había hecho en su finquita. Y me aseguró: Qué deseos tengo de trabajar… Veo los resultados.
Parece que el Decreto Ley 259 empezó a regir en nuestros campos con el propósito fundamental de estimular los deseos de trabajar. Hasta ese momento, la agricultura, sin que fuera su culpa, venía arrastrando la cola de ser un sector menospreciado, al menos en el sector estatal. Sabemos que, incluso en el capitalismo, ciertos cubanos decían que para guardarraya la calle Galiano, que Cuba era La Habana y lo demás paisaje, y que la caña que la tumbara el viento.
Esos lugares comunes de la cotidianidad de alguna manera siguen vigentes. Tan vigentes como para recordar que la sanción más común fue, en otros tiempos, ir a trabajar a la agricultura… Ojalá, caramba, que el papel de purgatorio asignado al campo haya desaparecido del libreto. Y si alguno hemos de darle, que sea, siguiendo esta metáfora, el de paraíso. Es decir, a la agricultura tienen que entrar los buenos, los mansos de corazón y ligeros de brazos.
Por tanto, cuantos se relacionan con la agricultura, en particular los que deben ordenar y controlar la aplicación de las leyes y normas, no pueden dejar de promover los deseos de trabajar, disponiendo los medios políticos, organizativos y morales para que el trabajo del agricultor tenga sentido en un país agrícola. ¿Alguien duda de que seamos un país agrícola? ¿Alguien cree que Cuba puede sobrevivir de espaldas al campo?
He contado la historia de aquel agricultor. Pero quizá podíamos evocar historias menos optimistas. Aún la mitad de las tierras sin provecho vegeta en el limbo de la tardanza. Y ello nos indica que para proteger el papel de paraíso, de reino de la virtud que le toca a la agricultura, hay que prohibirle la entrada a la mentalidad burocrática. No, los burócratas no deben merecer ni el más pequeño espacio en el campo. Porque, sea dicho de paso, los enfoques burocráticos no se suman a los enfoques colectivos: se separan y a veces estorban la implantación de las resoluciones más liberadoras.
Vamos, vengamos a comprender que el campesinado necesita ser refundado. Con 200 mil nuevos pequeños agricultores amando el trabajo agrícola, afanados en hallar el sentido de su existencia inclinados sobre la tierra, a pesar de carencias de recursos, la agricultura podría reverdecer, ofrecer a la gente los frutos que ahora hay que comprar en el extranjero, o renunciar a consumirlos. No me parece que por el momento haya otro modo de promover la riqueza en el campo para que la esterilidad forzosa no continúe avergonzándonos y limitando nuestras aspiraciones de legítimo consumo y de legítima defensa personal y nacional.
Pero, sea también repetido, el Decreto Ley 259 no establece que a cuantos se les entrega el usufructo de una caballería de tierra, la reciban con las manos y los deseos amarrados. Podemos controlar el cumplimiento de las leyes, lo que no podemos es limitar los deseos de trabajar y de hallar como contrapartida un espacio de libertad que concrete la libertad de las fuerzas productivas. Porque si cualquiera puede estar orgulloso de que en su zona nada se mueve contra la legalidad, y cuando le preguntan si la gente halla en el mercado lo que necesita, responde, bueno, imagínese, la producción no llega, se echa a perder, no hay camiones, ni petróleo para trasladarla, no creo que alguien se ponga bravo si uno comenta que lo que no ayuda a resolver los problemas de la sociedad, no parece muy justo y legal, aunque haya que cumplirlo.