El derecho a la autodeterminación del pueblo saharauí sigue siendo, según algunos en el círculo cerrado del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, un asunto de difícil «negociación». Cansa a uno ya escuchar que la comunidad internacional respalda al Sahara Occidental en su lucha por la independencia, porque realmente de nada sirve que la mayoría se oponga a la ilegal ocupación de Marruecos si unos cuantos poderosos, siempre sentados en los banquillos del antidemocrático Consejo, intentan adormecer ese proceso de descolonización.
Recientemente, los 15 miembros del máximo órgano se reunieron a puerta cerrada con el enviado especial de la ONU a la zona, Cristopher Ross, quien informó de sus últimas gestiones y del resultado de la reunión informal que las partes en conflicto celebraron en febrero, en las afueras de Nueva York. ¡Un total fracaso!, pues la monarquía alauita sigue brindando como única solución al conflicto conceder una autonomía al Sahara, mientras el Frente Polisario, con total justeza, defiende la celebración de un referéndum en el que los saharauíes puedan votar también por su independencia.
Según el presidente de turno del Consejo de Seguridad, el embajador de Japón, Yukio Takasu, muchos de los miembros de la alta instancia «expresaron su decepción por el estancamiento de las negociaciones», y en defensa del secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, quien se ha ganado muchas críticas por un tibio informe sobre la situación en el Sahara —no por gusto Marruecos cataloga el documento de «creíble»—, pues pidió a las partes ser «innovadoras y creativas». Como si se estuviera hablando de una campaña publicitaria para vender hotdogs.
Si de algo no hay duda es de que la descolonización del Sahara seguirá siendo un punto muerto mientras amigos de Marruecos como España, Francia y EE.UU. sigan brindándole apoyo al rey Mohamed VI, y silenciando las atrocidades cometidas por el monarca.
Estos viejos socios son también culpables del drama que vive el pueblo saharauí por no conminar a Rabat —aliado extra OTAN— a que abandone los dos tercios del territorio vecino que hoy ocupa de manera ilegal, y contra varias resoluciones de la ONU. Pero es algo que no harán, al menos hoy, porque ese espaldarazo tiene detrás una buena lavada de manos.
En Marruecos, la CIA encontró la complicidad necesaria para torturar a islamistas en cárceles secretas, porque sabe que la monarquía alauita no tiene límites en esa materia, y los europeos, por su parte, tienen preferencia por el saqueo de los recursos naturales de la nación ocupada.
Muchos pensaron que Barack Obama dejaría de apoyar la propuesta de Mohamed VI de convertir al Sahara en una especie de provincia marroquí, pues el mandatario estadounidense se había pronunciado por una solución del conflicto basada en la legalidad internacional. Sin embargo, su secretaria de Estado, Hillary Clinton, precisó en una visita a Rabat que la política de EE.UU. no había cambiado un ápice. Así le devuelve el favor a Mohamed, uno de los donantes de la Fundación Clinton, creada por Bill, el esposo (de ella, por supuesto).
España tampoco parece estar muy interesada en que el Sahara sea libre, a juzgar por su posición de cachumbambé en el asunto, y pese a ser la principal responsable del problema por haber abandonado a esa nación del norte de África en manos de Marruecos y Mauritania, interrumpiendo el proceso de descolonización ordenado por la ONU.
Ahora, un Consejo de Seguridad «decepcionado» porque continúan las trabas, habla de «innovación y creatividad» como los ingredientes que se deben tener en cuenta para elaborar una fórmula aceptable para ambas partes en conflicto. Algo difícil de conseguir, porque después de 35 años robando al vecino con total impunidad, queda claro que Marruecos no quiere soltar prenda. El Sahara, en tanto, solo desea su independencia. ¡Intereses irreconciliables!