El desayuno escolar, la nueva escuela y el apoyo a la Semana del Niño, fueron promesas permanentes e incumplidas de los políticos durante campañas electorales antes de 1959, práctica proselitista prohibida hoy por decisión oficial.
Basada en esa experiencia de antes del triunfo de la Revolución, la ley electoral aprobada en 1992 estableció normas éticas opuestas a rutinas demagógicas u oportunistas para el acto comicial de elegir el Parlamento y los gobiernos provinciales y municipales.
Los estudiantes de primaria no escapaban, hace más de cinco décadas, a la indiscriminada captación de votos de los politiqueros de barrios, conocedores de la influencia que podían ejercer los menores en la familia, por lo que las escuelas públicas eran escenarios de la labor proselitista de los partidos políticos.
Recuerdo, y lo hago en primera persona por ser algo imborrable, cómo Pancho, el vecino carpintero, compuso un viejo armario en el cual debían de colgarse los jarritos de aluminio traídos por los alumnos para el tan anunciado café con leche prometido en acto solemne de un viernes que juramos la bandera.
Varias incursiones se repetían en la víspera de los comicios por representantes de los partidos simbolizados por un gallo, el arado y triángulos, con nombres distintos que no entendíamos. Como tampoco supimos el porqué los pequeños recipientes permanecían en los clavos, hasta que un día Conchita, la maestra, dando muestra de su paciencia pedagógica, dijo: recojan las vasijas, pues ahí vamos a montar un librero que con el tiempo será una biblioteca.
La escuela de madera y tejas rojas vio pasar a varias generaciones de igual forma: una sola docente para unos 50 alumnos de primer grado al sexto, una sola pizarra casi ilegible, una bandera desteñida y un escudo junto al busto del Héroe Nacional José Martí, situación que no fue desperdiciada por los políticos para nuevas promesas.
A nuestro centro le decían por ello el uno, mientras una nueva matrícula se resolvía con un nuevo pupitre que Pancho construía con dos cajones rústicos y cuatro patas.
En la Semana del Niño plantábamos árboles y planeábamos una excursión al río. Los ofrecimientos de vehículos para transportarnos y la merienda para la romería formaban parte también de otras presuntas ofrendas. Para ello ensayábamos el himno de ocasión, que decía en una de sus estrofas: viva el niño, viva el niño/ que viva el maestro también/ y mi escuela, gloria a ella/ mi escuela que vale por cien.
Resecas las gargantas de tanto cantar durante los siete días, la maestra, tras larga espera, nos tomaba de las manos y en un rincón del patio sembrábamos un árbol como otros años, que a pesar del cuidado de todos, nunca germinó.
La Revolución, fiel a sus preceptos, estableció los principios y normas de carácter ético para regir los comicios para nominar diputados nacionales y delegados desde las provincias hasta los barrios. Uno de los artículos de la ley electoral señala que ningún ciudadano podrá hacer promesas electorales o realizar obsequios con el propósito de inducir a los electores a depositar su voto a favor de determinado candidato. Como el trabajo y la entrega son las mejores cartas de presentación, probablemente Pancho, o la maestra Conchita, serían nuestros candidatos hoy.