La agitación en el Reino de Tailandia parece no tener fin. Luego de tres semanas de protestas por parte de los seguidores del antiguo primer ministro, Thaksin Shinawatra, —derrocado por un golpe de Estado en 2006— las calles de Bangkok continúan siendo un hervidero. Los camisas rojas, movimiento que encara al gobierno, exigen la disolución del Parlamento y la celebración de elecciones en 15 días. Pero no hubo acuerdo durante las negociaciones de esta semana con el gobierno encabezado por Abhisit Vejjajiva. La crisis institucional en esa nación preocupa a toda la región.
La Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN, presidida por Vietnam, manifestó su inquietud. Las implicaciones de los hechos que mantienen paralizada a la capital podrían poner en riesgo la meta del bloque.
«Esperamos que Tailandia, país miembro, supere su crisis sin injerencias externas, pues la estabilidad de sus integrantes es un pilar del desarrollo de ASEAN», precisó a PL Pham Binh Minh, viceministro de Asuntos Exteriores de Vietnam.
La alerta no ha dado indicios de haber llegado a oídos receptivos entre las partes. Luego del fracaso del diálogo, el gobierno anunció la extensión de la ley de seguridad otra semana, lo cual concede plenos poderes a las Fuerzas Armadas para mantener el orden; mientras los camisas rojas convocaron a una nueva gran marcha para los primeros días de abril. Con esos truenos…
El movimiento opositor, apoyado por campesinos y clases más desfavorecidas del norte y del noreste del país, mantiene sus demandas contra viento, marea y propuestas gubernamentales. Por otra parte, el ejecutivo tampoco tranza demasiado —no es posible cuando se trata del poder—, pero por lo menos ha estado dispuesto al «entendimiento». Aún así, el cruce de acusaciones mutuas no ha cesado. Y con esa desconfianza es muy difícil el avance de cualquier iniciativa. Las protestas comenzaron el pasado 14 de marzo, cuando 100 000 manifestantes tomaron las calles de Bangkok y, desde entonces, entre 10 000 y 20 000 permanecen acampados en un cruce cercano al antiguo Palacio Real. La capital sigue paralizada.
Al mismo tiempo, el multimillonario ex primer ministro tailandés, con muchos seguidores, viaja de un país a otro. Tal vez a la espera del desenlace de esta historia. A juzgar por el número y procedencia de sus simpatizantes —aunque haya sido por intereses mercantiles muy concretos—, el apoyo al controvertido político muestra que algo habrá hecho de bueno por los suyos, o una parte de ellos. Con suspicacia muchos declaran abiertamente que no creen en su populismo, y se apuran en recordar sus promesas gubernamentales incumplidas, para dudar de que sea él la solución. Otros rememoran los avances del país durante su mandato (2001-2006), tras la sacudida económica de los llamados tigres asiáticos a finales de la década del 90, y su apoyo a la población rural. Hay de todo mientras la soga se tensa.
En el ojo del huracán, un pueblo que ve cómo cada día empeora su situación, y una sociedad profundamente dividida. Motivos sobrados para la preocupación de la ASEAN. Si a una crisis económica global le agregamos solo una pizca de inestabilidad política —en este caso es bastante más—, seguro la receta será explosiva. Lamentablemente, a quienes pugnan en la élite de poder por una porción mayor de este bocado, no les toca degustarlo a fondo.