Desconozco a ciencia cierta el origen de una expresión tan recurrida que desde la temprana infancia incorporamos al vocabulario de nuestro fantasioso mundo lúdico. Contemplada primero con la condescendencia que provocan las travesuras inocentes, suscitó luego desazón en los mayores cuando se les jugaba «cabeza», esto es, se esquivaba o desobedecía con subterfugios las disposiciones paternales o las obligaciones escolares.
En otros tiempos verdaderamente precarios, en muchos hogares se vivía al día un forzoso modelo de «jugar cabeza», que se instauraba ante los apremios mensuales del implacable casateniente, las trampas de las compras a plazo, el fiado del bodeguero para dibujar el plato de comida, y en especial del llamado garrotero, un prestamista desalmado del que había que intentar evadirse como si en realidad se pudiera.
Aunque los regímenes sociales cambien y fomenten otros valores, malas costumbres del pasado suelen perdurar con inesperada capacidad de resistencia, insertándose en los más diversos intersticios de la vida social, propiciando el engaño, la indisciplina y el desorden. Hoy parece que lo que dejó de ser la pueril travesura de antaño, ha devenido en un extendido juego con fuego de adultos. Y eso que quedan los que lo asumen con algún resquicio de pudor para disimular lo que saben que son faltas, porque ya los hay que actúan con desparpajada impunidad.
Durante cualquier jornada nos acechan estos jugadores. Puede ser el chofer de un autobús que, aun sin estar lleno, lo detiene una cuadra después de la parada, el que cabecea en una cola para colarse, el que nos despacha menos de lo que vamos a pagar, el redomado burócrata que se parapeta en secretaria o recepcionista para no dar la cara o se escabulle por un salida de emergencia, el funcionario que le zafa el cuerpo a la necesaria indagación del periodista, y quién sabe si el que distorsiona una cifra de un plan incumplido. De todo hay en la viña del Señor…
Y como me resulta imposible en el espacio disponible presentar una tipificación completa, la lectura puntual de Acuse de recibo, con todos los variopintos casos ventilados, me releva de hacerlo gracias a los saludables e indispensables participación y diálogo ciudadanos propiciados en ese espacio.
De esa rica fuente me alarmó en particular la trama real protagonizada por un constructor de vivienda por la libre, quien pese a las bien fundadas quejas del vecindario afectado, y desafiando resoluciones de autoridades, se las arreglaba para proseguir de lo más campante con sus desafueros, por todas las consecuencias que tiene como patrón antisocial.
La extrema peligrosidad de tales tendencias no debe escapar a la acción atajadora, tal como se abordó en una de las comisiones de trabajo en nuestra Asamblea Nacional durante su último período, al pasar balance a la ejecución de dictámenes de los órganos de justicia.
Si dejamos que las leyes se desobedezcan, y no las hacemos cumplir con celo y firmeza, entonces permitiremos que se juegue con nuestro propio destino como Nación. Y estas son palabras mayores.