Vamos a dedicar este viernes a la gratitud. Los seres humanos también se definen por su capacidad de reconocer lo que deben moral o culturalmente a uno o varios de sus semejantes. Y yo quiero agradecer el haber sido invitado al cuarto encuentro de la crónica, organizado por la Unión de Periodistas de la provincia de Cienfuegos. Pero dicho así resultaría una nota limitada: me invitaron, asistí, me trataron con mil delicadezas... y sanseacabó.
Quiero ir más allá; trascender las demostraciones de afecto y cortesía hacia mi persona y todos los colegas allí reunidos. Y agradecer el haber podido coincidir con un grupo de compañeros sumamente talentosos, cuya obra y cuyas apropiaciones técnicas y estilísticas en ese género tan indefinible como es la crónica, honran al periodismo cubano. Julio García Luis, Osmar Álvarez Clavel, José Alejandro Rodríguez, Yamil Díaz, José Antonio Fulgueiras, Eduardo Montes de Oca, Francisco G. Navarro, Enrique Milanés León, Juan Morales, Anybis Labarta, Michel Contreras y varios más que no cito, aunque están comprendidos entre esos nombres.
Mirando a cada uno de los colegas presentes en Cienfuegos —procedentes de ocho provincias—, confirmé la convicción de que el periodismo cubano posee una potencialidad cualitativa que supera lo que habitualmente mostramos en las páginas y las ondas de nuestros medios.
¿Qué ocurre? ¿Por qué nos parece que estamos anquilosados, apegados a fórmulas detenidas, demasiado obvias? ¿Será cierto que Cuba cuenta con periodistas, pero no con periodismo?
Las respuestas quedan para otro momento. Ahora, en mi plano de periodista agradecido, hago pública expresión de mi gratitud por haber compartido la semana pasada con colegas sobresalientes, formados en cultura y ética, y que ya hacen cosecha de textos recordables y de libros premiables y premiados, y me extiendo a aquellos que yo me sé bien y que por una u otra razones no pudieron estar —me refiero también a ustedes, Rolandito Pérez Betancourt, Ciro Bianchi, Alina Perera, Enrique Ojito, Ismari Barcia, José Aurelio Paz—, artesanos de un periodismo que apela al intelecto estacionándose en la emoción.
Todos ellos, digo sin cautela, son voces y estilos aliados de nuestra sociedad; profesionales para quienes el periodismo es como una ofrenda vibrante de sensibilidad y conciencia. Ambos ingredientes —sensibilidad y conciencia— necesitan confianza para que las frustraciones no lastren el impulso, el sueño. En Cuba cada ciudadano honrado tiene un sitio en la gran tarea colectiva de mejorar y defender nuestra vocación de solidaridad e independencia: unos han de sembrar; otros habrán de recoger, y preservar los órganos de la puntería, y doblarse sobre el papel que proyecta y no cancela. Y nosotros los periodistas qué hemos de hacer sino, sabiendo que somos útiles, acompañar con la palabra más clara y aguda la obra que nos alegra y nos angustia a la vez.
Sobre ello, sobre nuestra utilidad social, acabo de recibir en Cienfuegos una prueba conmovedora. Al menos a mí me removió las lágrimas interiores, las más genuinas. He de decirlo, porque de cierta manera fue difundido. Este comentarista, ya viejo —no tanto como creen algunos, ni tan poco como yo quisiera—, recibió del gobierno municipal de Cienfuegos, el diploma de Mambí sureño. Sí, mambí sureño yo en tierra de generales Candela, y de revolucionarios inolvidables como Dorticós y Carlos Rafael, y de periodistas como Miguel Ángel de la Torre… Ciudad que es casa y cuna de un pueblo que resucitó un 5 de septiembre.
Agradezco el privilegio de recibir, sin ser cienfueguero, lo que premia a los cienfuegueros mejores. Y como soy periodista, reconozco también que solo perteneciendo a un núcleo de colegas como los que me palmearon las espaldas ese día, puedo yo, en actitud honrada, sentirme justamente distinguido por tanta generosidad.