Bastante enyerbado está el camino a Copenhague cuando el almanaque está muy cerca de marcar diciembre. Para esa fecha, una cumbre de la ONU sobre cambio climático debe acordar un nuevo tratado de reducción de emisiones contaminantes posterior a la expiración, en 2012, del Protocolo de Kyoto.
En un encuentro celebrado en Barcelona (España) que pretendía unificar criterios con vistas a la cita danesa, prevista a realizarse del 7 al 18 de diciembre, los países ricos no se comprometieron a recortar sus emisiones de dióxido de carbono, ni hablaron en serio sobre la contribución que deben dar a las naciones pobres para ayudarles a mitigar y adaptarse al cambio climático.
Los negociadores del Primer Mundo siguieron atrincherados en sus posiciones egoístas, y sumidos en la tradicional discusión sobre quién pone el primer numerito, a pesar de que la reunión estuvo a punto de abortar cuando los países africanos, respaldados por el resto del Grupo de los 77 más China, amenazaron con retirarse de las negociaciones si los verdaderos responsables del desastre no se comprometían con un 40 por ciento de la reducción de gases contaminantes para 2020 respecto a los niveles de 1990. Y no es una cifra caprichosa: es justamente lo que pide la ciencia.
Fue la primera vez que África llegó a una cumbre de este tipo con una posición unánime, y precisamente por ser el continente más afectado por los efectos del cambio climático a pesar de que solo aporta el 3,7% de las emisiones de gases mundiales, alzó su voz y presionó al Norte para que respondiera por el daño causado a la humanidad.
Sin embargo, el justo reclamo del Sur solo encontró falsas promesas de los industrializados sobre sus intenciones de negociar cifras verdaderamente realistas. La Unión Europea dijo estar dispuesta a reducir en un 20 por ciento sus emisiones, pero ese dígito solo lo aumentarían hasta 30 si existieran compromisos similares por parte de los otros países industrializados. Con la misma música se mueve Japón.
Un consenso entre los colosos parece un punto en el horizonte, pues Estados Unidos, el único país desarrollado que no ratificó el Protocolo de Kyoto y el más contaminante, está renuente a poner números concretos. Según Jonathan Pershing, representante norteamericano en la cita de Barcelona, aún se discute la aprobación de una ley nacional sobre el clima, que probablemente no esté lista este año. ¡Como si el gobierno de Barack Obama no tuviera la suficiente potestad para fijar su compromiso, cuando apenas falta un mes para la cumbre de Dinamarca!
Más que las presuntas trabas que le pueda tener tendidas el Senado a la actual administración norteamericana, se trata de una vieja e hipócrita imposición: un acuerdo debe incluir el compromiso de los países en desarrollo. De esta forma, Washington quiere que naciones emergentes como China, India, Brasil y México, entre otras, reduzcan sus cuotas para pagar los daños de los que más depredan, y a pesar de los esfuerzos que hasta el momento han realizado estas economías.
Con estos truenos, si algo dejaron claro los negociadores en Barcelona es que en Copenhague no habrá un acuerdo legalmente vinculante, sino que, cuando más, podrán llegar a un compromiso político, que seguirá sometido a negociaciones para llegar meses después a un tratado post Kyoto, objetivo que según la conferencia climática de la ONU celebrada hace dos años en Bali, no podía pasar de 2009.
Así, los números continúan en el aire, pues los poderosos siguen negándose a pagar la cuenta del cambio climático.