Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Calma por Dublín, nervios por Praga

Autor:

Luis Luque Álvarez

Ya es oficial: los irlandeses votaron a favor del Tratado de Reforma de la Unión Europea. Un ¡uufff! de alivio se ha escuchado en varias capitales del Viejo Continente, donde los gobernantes aguantaban la respiración a la espera de saber qué harían tres millones de votantes irlandeses, por cierto, los únicos ciudadanos entre los 500 millones de la UE que pudieron pronunciarse sobre el mencionado texto.

Las cifras hablan de un 67 por ciento de votos positivos, frente a casi un 33 por ciento de rechazos. ¡Cuán diferente a la consulta de junio de 2008! Entonces fue al revés: nadie quería saber nada de un Tratado que, en pos de hacer más funcional a la UE, afectara presuntamente la capacidad de decisión de Irlanda, entrometiéndose en sus leyes, obligándola a perder su neutralidad militar, ordenándole aumentar los impuestos a los inversores, etcétera. El «tigre celta» metió un rugido de desaprobación, y todos se pusieron a correr para ver qué hacían con el dichoso texto.

Muy rápidamente, explico que el también llamado Tratado de Lisboa estipula la creación del puesto de «presidente de la UE» con períodos de dos años y medio —ya se menciona al británico Tony Blair como candidato: ¡a correr!—; permite a los 27 Estados miembros tomar decisiones en unas 50 áreas por mayoría en vez de por unanimidad, lo que agilizará el proceso, y dará más poderes al Parlamento Europeo, en la actualidad poco menos que pintado en la pared si se compara su influencia con la de la Comisión Europea…

Ahora bien, ante el primer NO irlandés, la solución fue repetir la votación, como la madre que intenta empujarle una y otra vez la cucharada de sopa al nene ¡hasta que se la tome! Esta vez, los irlandeses se la tomaron, pero no gratis: Bruselas accedió a mantener un comisario irlandés en la Comisión, y prometió no tocar la neutralidad, ni las disposiciones nacionales que prohíben el aborto, ni atacar las bajas tasas de los empresarios, pues fueron las que atrajeron en los años 90 la inversión foránea (de EE.UU. principalmente) y catapultaron el crecimiento.

¡Ah!, un detalle «insignificante»: amén de estas ventajas, los paisanos de Enya también dijeron SÍ porque entendieron que el horno no está para galleticas. Como el país ha sido de los más golpeados por la crisis (el paro ronda el 12 por ciento), no es hora de despegarse demasiado de Bruselas, que le ha entregado 40 000 millones de euros «limpios de polvo y paja» a Dublín desde que se integró a la entonces Comunidad Económica Europea, en 1973. ¿Acaso alguien quiere pegarle un puntapié a la gallina de los huevos de oro?

Sí, ya hay calma respecto al país celta, ¡pero siguen los nervios de punta por la República Checa! Resulta que su presidente, Vaclav Klaus, no quiere ni oír hablar del Tratado de Lisboa, y sin su firma, ni jota. Días atrás, 17 senadores de derecha presentaron un recurso contra el documento, alegando que este perjudicaría la soberanía checa.

Así, hasta que el Tribunal Constitucional se pronuncie, Klaus gana el tiempo que le ha pedido David Cameron, candidato conservador a primer ministro británico, quien promete, de ganar las elecciones en 2010, convocar una consulta pública para apachurrar el texto europeo. Y créanlo: tiene posibilidades de llevarse el gato al agua.

«¡Cuando no es Juana, es su hermana!», pensarán los propulsores del Tratado. Pues que les preparen un tilo, porque esto demora todavía un poquito. Klaus, cómodamente sentado en el Castillo de Praga, no tiene prisas…

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