Muchos años después de que Eduardo Chibás lanzara su consigna Vergüenza contra dinero, la frase puede seguir leyéndose en su sentido literal. Pero podría agregársele otra nueva y urgente dimensión: «No hay vergüenza en buen dinero».
Todo puede tener otras lecturas. Depende del lado en que sigamos la línea de los sucesos, y hasta de las circunstancias en que ocurren.
Claro que es muy actual y necesario el sentido con el que la pronunció aquel hombre que escogió la escoba como símbolo para limpiar la podredumbre moral de Cuba, mientras el pueblo padecía la más estremecedora miseria.
Aquella cruzada que terminó en suicidio se ubicó para siempre en el altar moral de esta Isla, pues encaja perfectamente en la dimensión ética que ha latido siempre en los cubanos honestos; esa que vertebró nuestro sueño de nación y dio forma a lo más hondo y sensitivo de su espiritualidad.
Pero la nueva forma de asumir el apotegma de Chibás me acudió mientras repasaba la decisión de la dirección revolucionaria de aceptar el pluriempleo, e incluir entre sus beneficiarios a los estudiantes.
Se ha alertado muchas veces que nada es más venenoso para el país que la corrupción; el triunfo del egoísmo individual sobre el bienestar colectivo; el sálvese quien pueda, y como pueda; y la apatía frente a fenómenos, aunque incipientes, graves para el proyecto de redención nacional y justicia que hemos abrazado.
Y es en este punto donde vale la pena detenerse para encontrar renovado sentido a la frase del líder ortodoxo. En los últimos años, pese a todas las «aguas» que pretendimos darle a nuestro dominó, por muchas de las esquinas de nuestro «juego económico» aparece el problema del dinero y los ingresos, convertido en un inquietante círculo vicioso.
Por ello la decisión de bendecir el pluriempleo abre una buena puerta. A la vez que cierra una larga etapa en la que nos dejamos inducir por ciertos «puritanismos», no pocas veces contraproducentes y provocadores de amargos dobleces.
De estos no escaparon los universitarios con posibilidades de ganarse su dinero honradamente, y a veces precisados a utilizar extraños y escabrosos modos de subsistencia.
Recordemos, por ejemplo, el péndulo de dudas en que devino si se debían pagar o no los aportes productivos o sociales de las Brigadas Estudiantiles de Trabajo u otras movilizaciones. Variantes por momentos aplaudidas, y en otros, a mi entender, ilógicamente satanizadas.
Tal vez llegó la hora de aceptar que la sociedad sin el estímulo material como palanca no es más que un desafío en el horizonte humano —sin olvidar los resortes morales de los hombres.
Mientras despejamos ese bosque, debemos seguir armándonos con la simbólica escoba de Chibás, pero con el cuidado de que su barrido no arrastre a justos por pecadores.