Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Luctuosa primavera serbia

Autor:

Luis Luque Álvarez

Marezo, que le muestra cortés al invierno la puerta de salida, no es en Serbia un mes alegre, sino la remembranza de una destrucción sin precedentes.

Aún se observan en Belgrado las huellas de los bombardeos. Ocurrió hace hoy exactamente diez años. Los aviones de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), liderados por Estados Unidos, empezaron un festín de bombas sobre Belgrado, hasta tanto el presidente Slobodan Milosevic accediera a retirar sus tropas de la sureña provincia de Kosovo-Metohija, cuna de la cultura serbia y parte reconocida de ese país (heredero de Yugoslavia) incluso desde el fin de la Primera Guerra Mundial.

Los choques entre las entonces tropas yugoslavas y el denominado Ejército de Liberación de Kosovo (el ELK, que decía hablar en nombre de la mayoritaria etnia albanesa de la provincia, y hasta hacía muy poco tiempo estaba incluido por EE.UU. en su lista de organizaciones terroristas) habían dejado secuelas en la población civil, tanto serbia como albanesa, con su cuota de muertes, secuestros y expulsiones.

Y la OTAN metió la patica, pero no como árbitro (papel que la ONU jamás le dio), sino para favorecer al ELK, deseoso de consumar su proyecto de «Gran Albania» y adelantar la faena de la desintegración yugoslava. La acción militar de esa organización —regida en ese momento desde Bruselas por Javier Solana, quien, paradójicamente, cuando era más joven solía protestar contra la inclusión de España en dicho pacto bélico— se cebó en objetivos civiles. Viviendas, líneas férreas, carreteras, plantas eléctricas, fábricas, escuelas y 30 estaciones de TV fueron blancos de ataque en distintos puntos de la geografía serbia.

Todo este desastre era meticulosamente justificado por la prensa occidental. Un ciudadano serbio me cuenta haber visto en la cadena alemana Deutsche Welle a un búlgaro quejándose de que el ejército yugoslavo había hecho innavegable el río Danubio... ¡cuando fueron los misiles de la OTAN los que destruyeron los puentes que lo cruzaban!

En cuanto a las víctimas civiles, fueron 3 500 los muertos y unos 10 000 los heridos. Precisamente si una expresión se hizo familiar en esa temporada de tragedias, fue la de «bajas colaterales», y las había lo mismo en Kosovo que en Belgrado, pues las «bombas inteligentes» de la OTAN les caían encima a monasterios serbios, a la embajada de China, y a caravanas de refugiados kosovares en plena escapada hacia Albania o hacia otras regiones serbias. ¡Valga que no eran «brutas», que si no...!

Pero hay más en este punto. Años atrás, un alto funcionario de Belgrado advirtió: «Estamos viviendo en un hospital oncológico en potencia», en alusión a la radioactividad liberada por el uranio empobrecido que recubre los proyectiles made in USA, y que al estallar, se pulveriza para contaminar los suelos, el aire, el agua. Solo en Serbia se calcula que cayeron 25 000 toneladas de bombas, de modo que, por mucho tiempo —¡miles de años!—, incontables personas, tanto en Kosovo como en el país al que legítimamente este pertenece, tendrán motivo para recordar aquella monstruosa agresión primaveral...

Retiradas las tropas yugoslavas para no prolongar el sufrimiento de su pueblo, la OTAN tomó el control de la provincia. O mejor, un entrecomillado «control», pues cinco años después, entre el 17 y el 18 de marzo de 2004, terroristas albanokosovares incendiaron 35 iglesias y 800 viviendas serbias, con lo que forzaron otra huida masiva de refugiados de esa nacionalidad. ¿Y la Alianza Atlántica? «Bien, gracias». Vigilando, eso sí, que la base militar de Bondsteal, la mayor de EE.UU. fuera de sus fronteras, estuviera en santa paz. Y en paz estará, pues difícilmente el Pentágono se decida a sacar jamás ese puñal del corazón de Serbia.

Nadie ha sido juzgado por ese festival de vandalismo de 2004. Y nadie ha sido compensado. Los mafiosos albanokosovares del ELK son hoy respetables políticos (hasta que les dé por decir que algún trozo de Macedonia también debería pertenecer a la «Gran Albania»). Y aquí no pasó nada.

Así, porque Europa no quiso evitar una guerra inútil en su propio seno, y porque no habrá paz mientras los culpables de las masacres —los de limusina y los de a pie— no sean llevados ante la justicia, y porque Serbia, país pequeño, sufre el despojo de su territorio, lo que le ha provocado un infarto a la ley internacional, es por lo que en Belgrado no están alegres.

Ni deberían estarlo en Washington, ni en Bruselas...

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