El desplazamiento del espacio que antaño ocupaba la música infantil, ante la invasión de los ritmos dirigidos a los adultos, constituye en la actualidad un fenómeno preocupante, no solo para especialistas en el mundo del pentagrama, sino también para no pocas familias.
Conozco el caso de una madre que consideró pertinente exigirles explicaciones a las profesoras de su hijo porque, con solo ocho años, el muchacho traía a casa, después del colegio, estribillos cada vez más estridentes y obscenos.
Sin embargo, como le explicaba a esta amiga, la escuela como institución no es la única responsable del fenómeno cuyas causas se sumergen en las transformaciones experimentadas por las sociedades occidentales en el siglo XX.
Con frecuencia escuchamos «los muchachos de hoy no pueden tener los mismos gustos que sus antecesores porque aprenden más rápido». Tal aseveración no resulta errada si tomamos en cuenta que, gracias al desarrollo tecnológico, las nuevas generaciones poseen mayor acceso a la información que en otras épocas.
Hoy los creadores no pueden pasar por alto ese principio al elaborar temas con letras y melodías atractivas para los chicos. Intérpretes como Haila han demostrado que hasta géneros tan polémicos como el reguetón pueden ajustarse al contexto armónico de los años iniciales de la vida.
Nadie puede olvidar que en los niños los gustos se forman, en la mayoría de los casos, como influencia de los hábitos de sus padres o demás familiares. Nosotros, los adultos, muchas veces no logramos seleccionar, dentro del bombardeo informativo en la era del DVD y el VCD, propuestas coherentes con las necesidades propias de las primeras edades. ¿Cuántas veces asistimos a fiestas infantiles donde paradójicamente los temas escuchados responden a los gustos de los mayores?
La infancia representa un período donde no solo se configuran las primeras nociones estéticas, sino que además se erigen los cimientos para la cristalización de valores morales y para el desarrollo de los procesos cognitivos. Buena parte de la cosmovisión de los individuos queda establecida en esta etapa.
En los temas compuestos especialmente para los más pequeños encontramos, casi siempre, elementos concebidos con el fin de incentivar el desarrollo de la imaginación y aportar mediante moralejas guías conductuales para los chicos, a quienes se les enseña sobre la amistad, el amor familiar, la laboriosidad, el respeto hacia la naturaleza...
La creación de nuevos espacios destinados a promover la música para niños en la radio y en la televisión podría resultar una estrategia de enorme utilidad, con los aportes de compositores como Teresita Fernández, Rita del Prado, Ada Elba Pérez, Edelys Loyola, Kiki Corona... También la escuela pudiera generar acciones concretas para devolverle al horario del recreo aquellas rondas de manitos agarradas.
Continuar otorgándole el esplendor de antaño a eventos como Cantándole al sol, bajo el auspicio de la Organización de Pioneros José Martí, también puede contribuir a revitalizar melodías al estilo de las que animaban nuestras travesuras en el zoológico y en el parque durante las tardes sabatinas.
Por ese influjo que tiene en la edad de la fantasía, la música para niños merece ser defendida frente a cualquier amenaza de los nuevos tiempos. Sin embargo, para ello no debemos olvidar que la supervivencia del género y sus aportes a la infancia dependen también de la capacidad de nosotros, los padres y adultos, para arrullar en las noches a los pequeños y, desde el sillón, enseñarles a disfrutar esas canciones.