Cuba era la gran favorita para llevarse el título, a pesar de la calidad mostrada por los estadounidenses y otros equipos como Japón, Holanda y Australia, que dieron bastante colorido al campeonato. Sin embargo, desde el primer choque advertimos que los campeones olímpicos llegaron a Taipei de China desajustados a la ofensiva.
Algunos se consolaron pensando que era el poco tiempo de adaptación al nuevo horario, aunque en realidad no comprendo por qué se llega apremiado de tiempo a un evento planificado con tanta antelación. Además, hubo partidos amistosos previos a la competencia, como para desterrar esa absurda justificación.
Lo cierto era que los bateadores criollos no se veían en forma, y ello fue una constante a lo largo de la justa. Ni contra Alemania o Tailandia —lo acotamos en su momento—, hubo banquetes. No obstante, los cambios en la alineación llegaron tarde o nunca se produjeron, y los suplentes regresaron a casa casi sin jugar, como si los regulares hubiesen terminado con números exorbitantes. Y no lo entiendo. En un evento corto, cuando un atleta no responde a las expectativas, debe ser sustituido oportunamente. O inscribamos entonces solo a los nueve titulares y algunos lanzadores.
Recuerdo que en la Copa Mundial de 2003, el gran Omar Linares fue bajado al sexto turno de la tanda, rindiendo más que muchos en esta ocasión, y lo asumió con hidalguía. Como Pacheco, quien fue llevado al banco en la Copa Intercontinental de 1995, aquí en La Habana, y cuando reapareció —de emergente— conectó un jonrón enorme que apuntaló la victoria contra Sudcorea. Y ninguno de los actuales atletas, perdonen la franqueza, tiene tanta historia como aquellos.
O hagamos como Japón, que rota a sus hombres de acuerdo con la categoría de la competencia. ¿Por qué algunos peloteros que rinden un mundo en la Serie Nacional tienen solamente el torneo de Holanda como termómetro de sus posibilidades? Si en un año como este la competencia fundamental son los Juegos Panamericanos, entonces llevemos un segundo equipo al Mundial, y así las principales figuras no se agotan tanto, ni se estresan, ni se lesionan. Y los contrarios no los «retratan».
Parece una ironía que la confección del equipo sea tan misteriosa, tan difícil. Que si dos o tres receptores, que si dos utilitys, que si tantos jardineros, para que al final no jueguen.
Hace unos años, lamentábamos que la generación de Casanova, Kindelán, Lourdes, Germán, Víctor, Linares y Pacheco, entre otros, no se enfrentara con los jugadores de Grandes Ligas. Sin embargo, les tocó hacerlo después a jóvenes valores y todo salió bien, porque la calidad del béisbol cubano es incuestionable.
Así, no se puede estar atado a una nómina, y el manager tiene que ser lo suficientemente osado como para rotar a sus hombres. Esa es, a mi modo de ver, nuestra principal carencia. Con los lanzadores, en cambio, hemos sido más atrevidos: primero Yadel en el Clásico, ahora Chapman en Taipei.
Y lo otro es la táctica, que debe ser diferente para cada choque. En esta Copa jugamos siempre al batazo, como si estuviéramos huérfanos de otra cosa. Ni toques de bola, ni bases robadas... Y así el equipo se vuelve muy predecible para el rival. Es cierto que hubo lesiones, demasiadas para un solo torneo, pero con todo y eso.
En fin, que estoy de acuerdo con que un juego lo pierde cualquiera, pero perdimos dos y pudieron ser tres si Cepeda no dispara aquel jonronazo contra Australia. Entonces, aunque el rival tiene sus méritos, si no retuvimos la corona fue por una «hemorragia» interna.
El equipo estadounidense era bueno, pero Italia lo venció... ¿Cuál fue su mayor fortaleza? Que no hubo improvisaciones. En el manejo del pitcheo, para no ir demasiado lejos, los abridores fueron abridores y los relevistas fueron relevistas. Y el cerrador fue el cerrador. Nunca se alteraron esos papeles. Eso se llama especialización. De momento, esa asignatura también nos queda pendiente.
Y no somos pesimistas. En el deporte, como en la vida toda, se gana y se pierde constantemente. Solo que las derrotas merecen ojo crítico. Ojalá y usted no esté de acuerdo conmigo, para que siga viva la polémica. ¿Hay algo más excitante que discutir de pelota?