Paciencia, mucha paciencia. Así decía el detective Chan Li Po, un personaje radial de la época de mis abuelos. El dicho quedó por muchos años en el habla popular, y tal parecería que George W. Bush lo escuchó en algún momento y lo utiliza como frase favorita para su «filosofía» de vida, pero para que lo apliquen los demás.
El mandatario estadounidense acaba de pedir paciencia a los habitantes de Nueva Orleáns, justo a dos años del terrible paso del huracán Katrina, cuando todavía esperan indignados por un resultado efectivo en los trabajos de reconstrucción de la devastada ciudad.
Este 29 de agosto, con la desvergüenza que le caracteriza, el W. habló en la escuela privada Martin Luther King de la otrora belleza indiscutible del Golfo: «Esta ciudad está mejor hoy de como estaba ayer y mañana estará mejor que hoy, y no hay mejor lugar para darse cuenta de esto que el sistema escolar», dijo, al tiempo que aseguraba que su gobierno sí le prestaba atención a Louisiana y Mississippi, las dos regiones más sufridas en aquella catástrofe natural que tocó a cinco estados de la costa del Golfo, y que fue acrecentada por la desidia administrativa.
Cuando los diques de Nueva Orleáns se rompieron, precisamente en una de las zonas de menos recursos de la ciudad, más de 1 800 muertos, 270 000 desplazados permanentes y pérdidas por 80 000 millones de dólares fueron los resultados a la vista, porque no hubo un plan para enfrentar el fenómeno, la Guardia Nacional que debió haber ido al rescate de las víctimas estaba en la guerra de Iraq, y los tira y encoje politiqueros obstaculizaron lo que debió ser una debida atención de las autoridades locales, estaduales y federales a las necesidades de la ciudadanía.
Ahora, Bush se atreve a decir que esperan completar el trabajo de reconstrucción de los diques «para el año 2011» y que promete van a proteger a Nueva Orleáns durante «los próximos cien años».
Pero nada se parece al panorama optimista que presentó en su discurso televisivo el señor del imperio: viviendas, barrios enteros, en mal estado, destrozadas, abandonadas; escasos servicios básicos; comercios cerrados; un número mayor de indigentes en sus calles y falta de empleos; miles de personas —fundamentalmente de los barrios negros— que no han podido regresar a su ciudad natal que apenas cuenta ahora con el 60 por ciento de su población original—; familias divididas y criminalidad creciente; sistemas de salud y de educación todavía en crisis, están entre el enjambre de problemas sociales que siguen golpeando a Nueva Orleáns con la misma fuerza brutal con que otrora lo hicieran los vientos del Katrina, las aguas del Golfo, la crecida del río Mississippi y del Lago Ponchartrain.
Jordan Flaherty, editor de la publicación de la resistencia Left Turn Magazine, citaba un reporte dado a conocer esta semana por Institute for Southern Studies: de los 116 000 millones de dólares de fondos federales para el Katrina, menos del 30 por ciento ha ido a la reconstrucción a largo plazo de Nueva Orleáns y la mitad de ese 30 por ciento todavía permanece sin gastar...
Y ¿qué hace Bush en este mismo día en que tañen las campanas por quienes entonces perdieron la vida o desaparecieron, y cuando no cesa el enojo de quienes ven que perdura el desastroso panorama de hace dos años? El mandatario se prepara para pedirle al Congreso 50 000 millones de dólares adicionales para continuar financiando la guerra en Iraq. Los adicionaría a los 460 000 millones del presupuesto de defensa para el año fiscal 2008 que comienza este primero de septiembre, y a los 147 000 millones suplementarios pendientes de este año para esas guerras de Afganistán e Iraq.
Por eso dos palabras crecieron en este día triste en Nueva Orleáns: frustración y desvergüenza. Ambas pueden desbordar en cualquier momento los diques aún sin reparar...