Cuba es una Isla de opinión. El cubano siempre tiene argumentos para hablar de lo que se comenta y, sin miedo, le pone picante a la sazón cuando se necesita un cierre contundente a cualquier debate cotidiano.
«Aquí el quilo se puso a peseta», dijo un ocurrente compatriota al referirse a los años duros del período especial. «Pero ni con eso nos rajamos, le metimos cabeza y hasta logramos rellenar las fosforeras, cosa única en el mundo, pues esos aparatos son desechables», sentencia para no dar chance a la revancha.
A los de aquí, nadie les gana en discusiones. La gente de este pueblo no camina con los términos enmascarados ni las verdades a medias. Aquí al pan se le llama por su nombre, y si al vino le echan agua, también te lo dicen.
Por eso, cuando algún lector llama «a lo cortico» a los periodistas sobre la necesidad de tratar en los medios determinados temas, surgidos del quehacer cotidiano, resulta necesaria la reflexión sin andar descontextualizado del ambiente y de lo que se habla.
Gabriel García Márquez, quien ha ejercido el oficio por mucho tiempo, advirtió hace ya unos años, que el periodismo «es una pasión insaciable que solo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad».
Y es precisamente de esa realidad nacional, con sus complejidades y virtudes, de la que nadie puede estar ajeno. A eso estamos llamados en esta profesión calificada por el Gabo como «el mejor oficio del mundo».
Resulta un pecado de lesa humanidad olvidar que en nuestro contexto no todos los aspectos oscuros derivan de las dificultades tangibles condicionadas por el bloqueo, y que en la edificación de una sociedad como la cubana, la crítica es una buena mezcla para fundir los cimientos.
Toca al periodismo cubano generar el debate público en temas medulares y preocupantes. Es nuestra función social promover el diálogo nacional en los temas solicitados por la audiencia.
A las redacciones periodísticas continuamente llegan cartas, o llamadas telefónicas —muchos prefieren apelar a estos recursos luego de vanos intentos en los canales adecuados—, y desde esa impronta también debe potenciarse más la opinión.
El reto de «desverticalizar» las visiones —que también debe asumirse desde las filas de los profesionales de la palabra—, no le «raspa la pintura» a ninguna institución. Hay que acabar de entender que la crítica aguda que emiten los medios, y en la que se ve implicada alguna entidad, no oscurece el trabajo de todos los que laboran en ella. ¡Ni todo el trabajo!
Los periodistas miramos a Cuba desde la noticia y el criterio, desde la perspectiva de los avances sociales y científico-técnicos, desde los éxitos culturales y deportivos, pero también desde lo que un colega nombró los «lunares» que muchas veces eclipsan los buenos empeños de sacar adelante nuestro proyecto social. Esto constituye para la prensa situar y ubicar a la audiencia en tiempo y espacio reales.
Cuba es una Isla que opina, no lo dude nadie. Aunque es cierto que la reflexión debe andar con más soltura dentro el recuento diario, la persistencia de este oficio no termina luego de la publicación de cada noticia, como expresó el notable hijo de Aracataca, pues esta profesión «no concede un instante de paz mientras no vuelve a empezar con más ardor que nunca en el minuto siguiente».