La riqueza petrolera de Venezuela ha sido codiciada por las grandes empresas capitalistas del planeta. Autor: Correo del Orinoco Publicado: 01/06/2024 | 08:49 pm
En el hablar cubano, pudiera decirse que las grandes firmas productoras y comercializadoras de hidrocarburos «están haciendo cola» ante la OFAC, Oficina de Control de Activos del Departamento del Tesoro de Estados Unidos, una instancia que ha materializado históricamente la política de chantaje con que la potencia intenta dominar a los desobedientes mediante la coerción en ámbitos tan trascendentales como el comercio y las finanzas.
En realidad, Joe Biden le ha buscado ese lío: la resolución injerencista que hace poco más de un mes arrogó al Tesoro «la facultad» de aprobar quiénes hacen negocios con Petróleos de Venezuela y quiénes no han obligado a prestigiosas transnacionales a tocar a las puertas de la dependencia, en busca de un permiso espurio.
Estados Unidos no tendría por qué autorizar las inversiones en el petróleo y el gas venezolanos si no fuera porque hablamos de una potencia hegemonista y porque estamos ante su guerra económica contra Caracas, implementada desde 2018 por las medidas punitivas y unilaterales con que Donald Trump inició el asedio.
No es poco el daño de esa política a Venezuela, que ha visto descender su PIB por un valor de 642 mil millones de dólares desde 2015. Pero la economía se ha recuperado, básicamente, por el esfuerzo que ha diversificado sus rubros, gracias sobre todo a un desarrollo más potente de su agricultura, entre otros pasos.
Más recientemente, los «abre y cierra» de las sanciones estadounidenses a Pdvsa también han hecho lo suyo, y posibilitado ingresos adicionales.
Pudieran ser mayores. Se comenta que las solicitudes de entre 20 y hasta 50 firmas productoras del mundo están ahora mismo sobre los burós de la OFAC en busca de autorización para invertir, o concluir los acuerdos puestos en marcha durante la apertura anterior.
Es entendible el interés. El subsuelo de Venezuela atesora las mayores reservas de crudo del orbe, sobre todo, pesado y extrapesado, con más de 300 mil millones de barriles comprobados.
Pero ese territorio posee también petróleo ligero y medio, una diversidad especial que es útil para las mezclas y puede satisfacer la demanda de las refinerías de la costa del Golfo y de toda África, Medio Oriente y Norteamérica, explican expertos del patio bien entendidos en el tema.
Por demás, las tensiones provocadas en los mercados del Viejo Continente, no tanto por el conflicto en Ucrania como por las sanciones de Estados Unidos y la Unión Europea contra Rusia, han reforzado el carácter estratégico del petróleo venezolano, incrementado por el asedio de los hutíes a los barcos comerciales que transitan por el Mar Rojo, como expresión de rechazo al genocidio de Israel contra el pueblo palestino y para impedir el respaldo a Tel Aviv: otro inconveniente para las naciones importadoras.
Mientras, Venezuela cuenta con el recurso en cantidades suficientes, y pudiera decirse que en un «espacio libre», ocupado únicamente por otros desobedientes ya castigados por la Casa Blanca.
En sus mejores momentos, Pdvsa llegó a poner a disposición del mercado tres millones de barriles diarios. Las sanciones hicieron descender esa cantidad a 400 000 por jornada. Pero la cifra se ha incrementado en los meses recientes hasta los 876 000 barriles por día reportados en diciembre. También esa subida da cuenta de una recuperación conseguida, en buena medida, con la cooperación de países igualmente asediados por Washington, como Irán.
Muchos están persuadidos de que Venezuela tiene hoy un rol crucial en el mercado energético global.
Necesidad, obliga
Ello explica perfectamente la decisión de Joe Biden de implementar la 44A, en un escenario nacional marcado por la cercanía de las elecciones presidenciales, su interés por repetir en la Casa Blanca y la amenaza de un posible retorno de Trump.
La nueva resolución, emitida el 17 de abril, remplaza a la 44, que abrió una brecha por espacio de seis meses a las inversiones en la esfera de los hidrocarburos venezolanos, y dio plazo de un mes y días para que los estadounidenses liquidaran cualquier transacción que hubiera sido previamente autorizada respecto a Venezuela. También prohibió la materialización de nuevos negocios.
La reacción fue sorprendente. Lejos de amilanar, la 44A empujó a empresas extranjeras a suscribir aceleradamente 20 nuevos contratos con Caracas, de modo de ganarle tiempo a la entrada en vigor de la resolución.
Pero la nueva medida también dejó al arbitrio ilegítimo de la OFAC la posibilidad de decidir qué nuevas empresas podrían invertir mediante la emisión de una licencia especial que concede a su antojo… Todo un ejercicio descarado de doble rasero y, sobre todo, de doble moral, que solo busca chantajear con un instrumento presuntamente comercial, pero de real carácter político, mientras pone a salvo los intereses de Estados Unidos.
Se trata de otra comprensible grieta abierta a las sanciones. Si bien le conviene a Biden satisfacer las presiones de la oposición derechista y vendepatria venezolana, que cuenta con ellas para imponer sus decisiones y revertir el proceso bolivariano en los comicios presidenciales que tendrán lugar en ese país el 28 de julio, lo cierto es que al Presidente de EE. UU. tampoco le resulta favorable quemar las naves y hacer descender su popularidad de cara a sus propias elecciones presidenciales. Cerrar por completo el acceso a la industria petrolera venezolana representaría, a la larga, un aumento en el precio de los combustibles en su país.
La administración demócrata no solo parece evadir la responsabilidad de presionar al mercado energético internacional con un cierre total. Además, ella misma importa crudo venezolano.
Amparados por la ventana entreabierta por Washington el año pasado, que reabrió las operaciones a marcas de renombre como Chevron, volvieron a llegar a EE. UU. los tanqueros procedentes de la nación sudamericana, lo que la posicionó en noviembre de 2023 como el octavo mayor exportador de crudo a aquel país, con una cifra diaria de 147 000 barriles diarios, reportó la Energy Information Administration (EIA), citada por analistas.
Antes de las sanciones iniciadas con Trump, Washington importaba de Venezuela 563 000 barriles diarios, una cantidad que la ubicaría hoy como el tercer mayor exportador de crudo hacia Estados Unidos, solo antecedida por Canadá y México. Ello demuestra el potencial venezolano, aseguran analistas.
¿Nuevos tiempos?
Varias licencias en poco más de un mes desde la emisión por la Casa Blanca de la resolución 44A han sido concedidas por la OFAC para dar vía libre a igual número de empresas, según se sabe de modo extraoficial.
La que más ruido ha hecho es la que volvió a autorizar a la española Repsol. La marca ibérica vuelve con ímpetus reforzados, y ha firmado con Caracas un nuevo acuerdo que amplía la cantidad de campos petroleros a explotar, en una empresa conjunta que se espera que produzca 20 000 barriles diarios en los próximos meses: el doble de lo que esa compañía produce actualmente en una de sus tres empresas.
Detrás se divulgó el permiso otorgado al magnate Harry Sargeant III, propietario de la empresa Global Oil Terminals, con sede en Texas, y que desde enero había firmado contrato con Caracas. Y el jueves se conoció que incluso el Gobierno de Trinidad y Tobago, en representación de la Compañía nacional del gas de ese país y la estadounidense y emblemática corporación Shell, había vuelto a ser autorizado para operar, confirmó el ministro de Energía e Industrias Energéticas trinitario, Stuart Young, a la publicación Petroguía.
De forma paralela, se otorgó vía libre a la misma empresa nacional para una operación conjunta con otra compañía de renombre, British Petroleum.
Ese deseo foráneo de conseguir o mantener compromisos de explotación y producción hidrocarburífera con Venezuela ha sido confirmado por el jefe de la misión de la Oficina de Estados Unidos para Venezuela, Francisco Palmieri.
«(…) La cantidad de solicitudes que hemos recibido para este tipo de licencias específicas es bastante grande. Analizaremos caso por caso, solicitud por solicitud, compañía por compañía», aseguró, con displicente prepotencia.