Esta foto de una pareja china bajando las mascarillas para besarse ha sido muy popular, en medio de la expansión del virus. Autor: EFE Publicado: 15/03/2020 | 12:04 pm
Asombrado, el mundo se puso la mano en la boca cuando, hace unos días, el presidente francés Enmanuel Macron y su esposa Brigitte recibieron en el Palacio del Elíseo a los reyes de España sin darles las manos ni regalarles —bonjour con bonjour y mejilla con mejilla— la bise, esa ración doble de besos tan cara al llamado país del amor. La pareja anfitriona optó por hacer una ligera reverencia con las manos y lanzar cariñitos al aire a Doña Leticia.
La anécdota puede encerrar la evolución de una historia clínica planetaria porque, apenas una semana atrás, en Nápoles, el propio Macron no había tenido reparos en estampar par de ósculos en el rostro del primer ministro italiano Antonio Conte, gesto con el que, se dice, ambos enviaban un mensaje de seguridad a sus ciudadanos en tiempos de incertidumbre.
En una época marcada por afectos virtuales, poco creíbles en su mayoría, el azote del coronavirus ha puesto en mayores aprietos eso que los franceses llaman poutous, bisouilles, becs, bisous, bécots… en fin, los besos. Allá y aquí, ciertos contextos de duda, entre la acogida o el rechazo, dejan muchos intentos en la frustración de la mueca.
Mujer, poderosa y altamente respetable, nada menos que la canciller federal de Alemania, Ángela Merkel, pasó esta semana por el trance de que su propio ministro del Interior le negara la mano en una reunión, mientras al otro lado del canal de La Mancha la reina Isabel II usaba por primera vez largos guantes blancos en una ceremonia en el palacio de Buckingham.
El asunto es mundial, pero en Francia, donde el beso es algo así como atributo nacional, debe doler más. Es fácil imaginar que al ministro de Salud, Olivier Véran, el llamado público a dejar de besar le habrá sabido casi a acto dictatorial.
Es tal la amplitud de colores de su práctica que los mismos franceses no saben a veces si corresponde regalar dos besos, como hacen en Niza y París, o tres y hasta cuatro, según acostumbran en Montpellier. ¡Quién viera a un cubano allí, con una jaba!
Los célebres centros de vida alegre parisinos también han sido impactados. En el club Mask, por ejemplo, no se puede acceder a la alcoba si no se usa gel hidroalcohólico y se porta una máscara conveniente, ya sea de caro encaje o de la común versión quirúrgica.
Hasta la aplicación de citas Tinder, con unos 50 millones de usuarios que a menudo se aventuran al contacto real, tuvo que ponerse el nasobuco y advertir a sus clientes que «protegerse del coronavirus es más importante».
Son estampas distantes que dan la idea de cómo queda el contacto humano en este peculiar contexto de la humanidad. Los expertos alemanes aconsejan suspender el fuerte estrechón de mano que, desde las escuelas, se ha promovido siempre como signo de recia personalidad. También británicos e italianos proponen dejar de lado esas expresiones de aprecio que a tantos terrícolas nos germinan, generosas, por las manos y los labios.
Hay, en efecto, una moratoria de besos. En Beijing, carteles rojos desaconsejan los apretones y proponen sustituirlos por el tradicional gong shou; esto es, poner la palma en el puño propio como señal de aséptico «¡hola!».
Azotados por el coronavirus, en Irán defienden el lema «No te doy la mano porque te quiero» y los hombres optan por acercar, sin llegar al contacto, un puño cerrado al puño igualmente apretado del amigo. Y casi en el fin del mundo, en Nueva Zelanda, los practicantes dejaron de lado el hongi, tradicional saludo maorí que consiste en juntar narices y frentes.
En Cuba… en Cuba se ve de todo. Hace apenas par de días, en un evento de colegas, me encontré en un mismo espacio a algunos que me mantuvieron lejos, a distancia de mosquetero, y a otros que me abrazaron, en franca apuesta por el «afectovirus». En lo que atendemos al Ministerio de Salud Pública, que es el mejor amigo de todos, cada estampa personal es una página interesante.
No hay otro camino que unirse en esta batalla que se da, también, por el regreso masivo de los besos. El mundo no puede vivir sin ellos, así que, como las medidas son temporales, es recomendable hacer acopio para cuando la «cosa» se arregle. Esperemos que para el 6 de julio, Día Internacional del Beso, la epidemia sea un jíbaro domado y, sin corona de virus ni corona de rey, la gente común de la humanidad salga a las calles a celebrarlo… simplemente besándose.