El CEO de Raytheon, Tom Kennedy, el exdirector Nacional de la Inteligencia, Dennis Blair; y la CEO de Lockheed Maryin,Marilyn Hewson, en la casa Blanca Autor: AP Publicado: 03/06/2019 | 09:23 pm
La producción de armas es la más visible fase de la industria de guerra, pero de ella forman parte también la investigación y el desarrollo tecnológico, empresas de servicios y las inversiones de los consorcios financieros, por citar algunos otros rubros. La amplitud de los intereses que ampara es bien extensa, de ahí un poder expresado en trabajo de lobby con los Gobiernos, el apoyo de políticos y de los medios, como inductores de las guerras. Las fuerzas armadas y de inteligencia no son más que los apéndices ejecutores.
A mediados de mayo, en la torre de Goldman Sachs en el downtown de Manhattan, se reunieron personajes muy interesantes con el propósito de presentarles sus opiniones a banqueros y analistas de finanzas. Eric DeMarco, presidente de Kratos Defense & Security Solutions, era el conferencista principal. The Intercept comentaba: «hablaron de oportunidades»
Entrevistas, declaraciones y otros foros y otros conferencistas de la industria de la defensa han estado difundiendo entre accionistas e inversores las bondades y beneficios para sus bolsillos de las tensiones y las guerras, como Tom Kennedy, CEO de Raytheon; el exdirector de Inteligencia Nacional Dennis Blair; y la CEO de Lockheed Martin, Marillyn Hewson.
El pasado febrero, Kennedy estuvo en la conferencia para inversionistas Cowen Aerospace y su foco se centró en la posibilidad de un conflicto con Irán que les permitiría aumentar los ingresos. En enero se conoció que Raytheon obtuvo la aprobación para proporcionar sistemas de defensa de misiles a Arabia Saudita, que se prepara para una potencial guerra.
Así que son buenas las «señales de demanda», decía, además de admitir que había pasado tiempo en los centros de poder político de Washington D.C. donde conoció y discutió información sobre Rusia y China, de Corea del Norte y de Irán, que lo dejaron «bastante optimista sobre el avance del presupuesto de Estados Unidos».
Sin dudas se refería a las cuentas del Pentágono y agencias afines, las cuales proporcionan las grandes tajadas de ganancias para la industria bélica, de la cual su compañía es una de las principales contratistas. Por ejemplo, en marzo, la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa del Pentágono (Darpa) y la corporación armamentista Raytheon firmaron un contrato de 63,3 millones de dólares para el desarrollo del programa de armamento hipersónico Tactical Boost Glide (TBG), armas tácticas capaces de alcanzar casi 6 400 km/h, o sea, velocidades cinco veces superiores a las del sonido.
Otro tanto hizo la directora general de Lockheed Martin —hasta ahora el proveedor número uno de armas al Pentágono—, cuyo discurso ante los inversionistas de su compañía versó sobre la Estrategia de Defensa Nacional del Departamento de Defensa, lo que se permitió centrarse en la «competencia de gran potencia con China y Rusia, y también en los otros jugadores como Irán y Corea del Norte». Por supuesto, la estrategia y con ella el gasto de defensa favorece el avance de su compañía.
Sin embargo, golpeada por el controversial avión de combate F-35, al parecer ineficaz en las actuales condiciones de combate, la empresa que dirige Marillyn Hewson debe intensificar sus esfuerzos lobbystas toda vez que el secretario de Defensa Patrick Shanaban —nombrado por fin el 10 de mayo, aunque era interino desde que en diciembre sustituyó a James Mattis—, con todo un historial de tecnología, desarrollo y manejo de negocios, podría favorecer que el contrato del avión más moderno y poderoso de EE. UU. pase a la Boeing.
Precisamente no se acababa de nombrar a Shanahan, cuya empresa madre es la Boeing, y estaba en investigación, entre otras cosas porque, como indicó el grupo Citizens for Responsibility and Ethics: «El señor Shanahan supuestamente elogió a Boeing en discusiones sobre contratos. Dijo que Boeing podría haberlo hecho mucho mejor que su competidor Lockheed Martin si hubiera recibido el contrato para el jet de combate y en varias ocasiones “habló mal” del jet que fabricó Lockheed».
Pero esta pelea entre los buitres de casa no es el tema ahora, sino una realidad que viene produciéndose con mayor intensidad con el paso de los años y que deja en letra muerta aquella advertencia que hiciera el general y presidente Dwight Eisenhower sobre el complejo militar-industrial. La industria de guerra no mira parsimoniosamente pasar el entierro, sino que lo propicia, es decir aupa los conflictos y se beneficia con ello.
Su cabildeo en el Capitolio, el dinero de campaña electoral para las más altas esferas políticas, ha propiciado que en esa Ley de Autorizacion de Defensa Nacional se incluyan disposiciones sobre Irán y el desarrollo de un plan para contrarrestar lo que llaman «las actividades desestabilizadoras de Irán».
Aunque hay mucha tela por donde cortar y datos que exponer, en definitiva los más grandes fabricantes de armas de Estados Unidos tienen igual discurso para sus inversionistas: una escalada de las tensiones en el mundo, un conflicto con Irán puede ser bueno para los negocios.
Se repite la historia con tintes modernos y con nuevos protagonistas, pero sigue siendo efectiva aquella frase que en 1955 pronunciara Charlie Wilson, entonces presidente de la General Motors: «What is good for GM is good for America» («Lo que es bueno para GM es bueno para los EE.UU»).
Si aprendieran de la historia encontrarían que a la larga no todo fue bueno para GM… tampoco una guerra ahora, el aumento de las tensiones, el buscarse adversarios en los flancos, el frente y la retaguardia, y el enfrentamiento en el campo económico que estimula Trump no pueden ser buenos para Estados Unidos.