Sudáfrica sonrió este miércoles con el rostro de Nelson Mandela. El padre, el luchador, el querido Madiba cumplió cien años, pues aunque no se encuentra físicamente desde 2013, para su tierra natal y para el mundo, su imagen está viva y su ejemplo sigue inspirando luchas, aún más en su centenario.
¿Qué decir de Mandela? Su vida ha sido en múltiples ocasiones retratada, narrada, llevada al cine. Sus enseñanzas y su fuerza se han hecho célebres, casi como un mito. Abogado, activista, político y filántropo, lo definen algunos, el hombre que guardó cárcel 27 años en lucha para que el color de la piel no fuera una línea con la que separar a la humanidad; el Premio Nobel de la Paz, quien luego sería el primer presidente negro de su país y llevaría a la nación subsahariana por el camino de la prosperidad y el perdón, el titán invicto contra el cual el apartheid y todo el odio que tras el régimen segregacionista se escondía, no pudo hacer más que estrellarse y desaparecer.
El día que lo apresaron, tras los muros de la cárcel, por la pequeña ventanita de su celda, Madiba levantó el puño, sabía que la lucha no había terminado, solo se iniciaba su etapa más dura. Casi tres décadas después, al ser liberado, volvió a levantar la mano; otra vez estaba convencido de que no era el final de la contienda, pero su libertad era una victoria que solo podía impulsar al país hacia el triunfo definitivo.
Cuatro años después, sería electo presidente de Sudáfrica y desde el Gobierno, impartió su política de amor. No fue solo un presidente para quienes compartían su color de piel, ni ejerció un poder de «discriminación positiva» del negro y hacia el negro, sino que presidió un país grande, con todos los colores que lo hacen hermoso y poderoso.
Para millones de sudafricanos y para millones de africanos también, Mandela es un padre. Para el orbe, es un gigante, una parada imprescindible en cualquier libro de Historia. Por ello, tiene un Día Internacional, el de su cumpleaños.
Cada 18 de julio, su nación, su continente y el mundo se iluminan con él. «Actúen, inspírense en el cambio, hagan de cada día un Día Mandela», exhorta la fundación que lleva su nombre.
En Johannesburgo, una marcha en su honor caminó el miércoles hasta la Corte Constitucional, un lugar altamente simbólico, sinónimo de la llegada de la democracia en Sudáfrica en 1994. En la víspera, se hicieron espectáculos, exposiciones, torneos deportivos, publicación de libros, incluso su rostro sonriente ilustra los nuevos billetes.
Mandela «nos condujo de la brutalidad del conflicto y la opresión hacia la tierra prometida, una tierra de libertad, democracia e igualdad», declaró el martes el presidente sudafricano, Cyril Ramaphosa.
En la Unión Africana, el presidente de la Comisión, líder ejecutivo del bloque, Moussa Faki Mahamat pidió «a todos los habitantes del orbe que vean en la devoción de este líder por la búsqueda del respeto a los derechos humanos, la igualdad de género, la protección de los niños y otros grupos vulnerables, un aliciente en la lucha contra la pobreza y la promoción de la equidad social».
Mientras, en Naciones Unidas, el secretario general, António Guterres, llamó a honrar su memoria y reflexionar sobre cuánto camino nos queda por recorrer para alcanzar sus aspiraciones. Como él mismo nos enseñó, superar la pobreza no es un acto de caridad, es un hecho de justicia y urge dar aplicación práctica a sus palabras y trabajar juntos por un futuro mejor, agregó.
El miércoles, más que cualquier otro día, Mandela volvió a sonreír, volvió a inspirar y en Cuba también lo sentimos cerca, entrañable, querido. Como al salir de prisión, la (su) lucha contra la desigualdad y el odio subsiste, pero Madiba levanta el puño. No se rinde nunca.