Cada vez más, el presidente Donald Trump demuestra que es digno de aquella metáfora que el genial Charles Chaplin usó en su filme El gran dictador: Hitler, aburrido en su despacho, lanzaba al aire y jugaba con la esfera del mundo como si, en efecto, fuera un globo.
La intempestiva y escandalosa decisión del mandatario de Estados Unidos que sacó a su país del Protocolo de Kyoto resultó, tal vez, el primer indicio de hasta dónde puede llevar a esa nación, y al planeta, el presunto nacionalismo que Trump preconiza con aquello de America First.
El más reciente, el retiro de su nación del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, con lo que demostró lo poco que le interesan los seres humanos y la convivencia de las naciones.
Sí. Hace rato están a la vista la prepotencia e ignorancia de un empresario, y diz que mediático conductor de televisión que, por esos equívocos de una parte de la ciudadanía, ocupa a la Casa Blanca.
Pero estas evidencias de su nulo porte, además, como estadista, no han sido todo lo que se podía ver, descontando incluso posturas desafortunadas y también despectivas como los paquetes de papel sanitario que lanzó a los puertorriqueños después del azote del huracán María; la consideración de que El Salvador es un «país de m…», o la irresponsable decisión de trasladar la embajada de EE. UU. de Tel Aviv a Jerusalén: una medida que ha provocado tanto muerto a los palestinos, negados a aceptar el ultraje.
Trump también ha horrorizado al mundo con decisiones terribles y tristes como el encierro en jaulas de más de dos mil pequeños hijos de inmigrantes, luego de separarlos de sus padres.
Pero desde el miércoles, otro escándalo suyo está en los titulares y reitera que además de prepotente, ignorante, e inmune al sufrimiento de un niño, está lejos de la política: Trump ha estado a punto de regresar a los viejos tiempos de las cañoneras, y poner en peligro la seguridad de un país y de una región.
El suceso lo difundió un despacho de la agencia AP que toma como fuente a un funcionario de su administración, e informa que el mandatario pensó, insistió, y hasta quiso entusiasmar a colegas de Latinoamérica para que le apoyasen en una invasión militar a Venezuela.
Ocurrió en agosto del año pasado, justo cuando el Presidente firmaba el decreto que prohíbe las transacciones con Pdvsa, en el casi conseguido anhelo de llevar a la asfixia financiera a aquella nación. Y fueron sus entonces secretario de Estado, Rex Tillerson, y el asesor de Seguridad Nacional, H.R. MacMaster (ninguno de los dos le acompañan ya) quienes, azorados, se dieron a la tarea de persuadirlo de lo contrario.
¿Y por qué Estados Unidos no podía, simplemente, invadir…? Preguntaba el oso ignaro. Y ambos funcionarios, por turno, le explicaron que no convenía, que sería contraproducente…
Pero el asunto no terminó allí. Algunas semanas después presentó la amarga idea al Presidente colombiano y, luego, durante una cena en el marco de la Asamblea General de la ONU, a otros mandatarios latinoamericanos después de advertirles, incluso, que sus asesores le habían recomendado no hablar de eso.
Todos demostraron más tino y más respeto que él. A nadie le pareció bien. Y Trump, posiblemente, sintió que era una empresa difícil para emprenderla de modo tan absolutamente solo.
No se sabe si la idea le da vueltas en la cabeza aún. La revelación, y el rechazo que provoca, quizá le detengan. Mas lo cierto es que no solo deja al descubierto sus debilidades y falencias, y otorgar públicamente la razón a Venezuela en sus denuncias sobre la agresividad de esta administración.
Muchos no habríamos querido que fuera así, pero la información de AP también alerta del peligro que corremos con un sujeto como él en la presidencia de la mayor potencia. Y hasta demuestra la sinrazón detrás de la etiqueta de Twitter que usa este mandatario en total descrédito, en el intento de encarar las críticas.
«A mí no me importa», dice Trump. «¿Y a ti?».
…Demasiado desparpajo.