CARACAS.— El silencio es aparente: las paredes de esta ciudad son aguda controversia. No hay manera posible de ir de un sitio a otro sin percatarse de que se recorre un país en revolución, porque los espacios públicos se encargarán de recordárselo aun al más despistado. Sin embargo, el bullir de los muros caraqueños parece opacado por la frase más rotunda que circula en Venezuela: «Aquí no se habla mal de Chávez».
Nacida a inicios del año pasado como centro de una campaña comunicacional propuesta por Diosdado Cabello, primer vicepresidente del Partido Socialista Unido de Venezuela, la expresión entró de lleno en la pelea entre quienes atacan el legado del Comandante y quienes lo sustentan como brújula del proceso.
Aunque muchos miden la estabilidad social desde el termómetro de las guarimbas —que aparecen y se sumergen en la piel venezolana como «erupciones cutáneas» nada casuales—, la calificación de tal legado no es asunto menor en tanto, más que inofensivas habladurías pueblerinas, esta maledicencia política involucra el destino de la nación.
A casi cinco años de ausencia física del líder, sus adversarios —que saben que a él no le interesa la paz del descanso— le rinden el mejor homenaje que pueda tributarse al caído: asumirlo presente en la confrontación. Por eso lo atacan. Y él, vivísimo en su gente, no se queda callado.
«Aquí no se habla mal de Chávez» dio urticaria a la oposición, acostumbrada a desenvainar la lengua en propio beneficio, aun si para ello requiere manipular o agredir los pilares nacionales.
Los que no entienden que la revolución actual es, más allá de Venezuela, un valladar ante la perenne apetencia imperial sobre América Latina son los herederos de quienes por casi 200 años pretendieron jubilar a Simón Bolívar pagándole a cambio una simple «pensión de estatuas». Fue justamente Chávez quien, desde el borde de este siglo, liberó a El Libertador de tales bronces.
Se trata entonces de un doble «Se busca». Chávez y Bolívar andan sueltos en Caracas, y juntos. De ahí que en las paredes se lea la saga de sus batallas. «No podrán con nosotros. Yanquis go home», dice una pintada. Un tramo más adelante, aparecen otras: «Dale duro, Maduro», «Renovemos el chavismo bravío» y «Yo estoy con la Revolución».
Es la guerra de símbolos. Nadie olvida que, a inicios de 2016, una de las primeras acciones de la oposición al ganar mayoría en la Asamblea Nacional fue retirar del inmueble los retratos del Comandante y El Libertador, ni que, a propuesta de Maduro, enseguida florecieron en el país más de mil murales con imágenes de los dos próceres.
Al cabo, tanto como la gente, hablan los grafitis: «Somos millones de Chávez», «Venezuela no se rinde», «Juventud, sí a la paz» y «Guarimbero, tu lucha es pura farándula», son mensajes chavistas, pero nadie piense que los revolucionarios tienen la victoria cantada. Otras pintadas hablan de dictadura y hambre, defienden a los líderes de la oposición y llaman a no votar.
Alguna vez en Caracas apareció este grafiti: «Si la prensa es canalla, que hablen las murallas», pedido que pone a pensar en un país donde el 84 por ciento de la prensa escrita, el 97 de la audiencia radial y el 95 de la televisiva están bajo control privado. Sea quien fuere el autor, las murallas se toman en serio tal demanda.
Más que recorrer titulares, ándese por Caracas y repásese sus mensajes. Entre los «¡arriba!» y «¡abajo!» de toda contienda, podrá hallarse la mano de Hugo Chávez y —así como el actual Gobierno lo respalda a él— su defensa de El Libertador para que nadie más utilice «a Bolívar contra Bolívar» con la idea de vender la patria a su nombre.
No, el Comandante no cesa de hablarle a Venezuela. Óigasele en los muros de la ciudad; en varios se le ve con un megáfono, llamando «a despertarse». Entre cientos de ellas, la frase que más gustó a este cronista está escrita con letra irregular en una calle cercana a la Plaza Bolívar. Dice simplemente: «Chávez los tiene locos». ¿A quiénes será?