Los candidatos presidenciales, de izquierda a derecha, arriba Carolina Goic, J. A Kast, Sebastián Piñera y Alejandro Guillier. Abajo Beatriz Sánchez, Marco Enríquez-Ominami, Eduardo Artés y Alejandro Navarro. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 18/11/2017 | 11:35 pm
Antecedidas de una campaña poco entusiasta, según los analistas que pisan el terreno, las elecciones generales que tienen lugar en Chile este domingo muestran un panorama fragmentado con ocho candidatos a la presidencia.
Va dividida la llamada centroizquierda pero también la derecha, a pesar de lo cual el exmandatario Sebastián Piñera, quien gobernó entre 2010 y 2014 bajo reiterados movimientos de protesta jalonados por los estudiantes, aparece a la cabeza en los sondeos de opinión con puntos porcentuales en torno al 35-40 por ciento, todavía insuficientes, empero, para la mayoría absoluta. Por eso debe resultar ganador pero no presidente electo, lo que lo obligaría a volver en el balotaje del 17 de diciembre.
La Democracia Cristiana, que se deslindó de la gobernante y ahora llamada Fuerza Mayoría, postula a Carolina Goic (3,0), y el abogado José Antonio Kast (2,2) se presenta como independiente, pero fue secretario general de la Unión Demócrata Independiente (UDI), partido que sostuvo a Pinochet y al que Kast renunció en 2016: es derechista.
Del otro lado puede ubicarse al representante de la coalición aún en el Palacio de la Moneda, el sociólogo Alejandro Guillier, quien va segundo con 15,4 por ciento. Marco Enríquez-Ominami, hijo del asesinado fundador del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), Miguel Enríquez, se presenta por tercera vez por el Partido Progresista, con 6,1 por ciento del favor electoral.
Se postulan también el senador del joven Partido País, Alejandro Navarro, con 0,5 por ciento, y Eduardo Artés (0,3) por Unión Patriótica, coalición también bisoña donde están los comunistas.
Dejo para el final la otra nueva cara política que asoma en estas elecciones: el Frente Amplio, inscrito este año y fundado por diputados que eran líderes universitarios cuando las protestas estremecieron Chile en 2011.
Lo integran seis partidos y siete movimientos políticos que al unirse han querido ofrecer una opción distinta a lo que llaman «el duopolio»: «una alternativa política a las dos coaliciones que han gobernado el país en los últimos 30 años y que han fomentado un modelo neoliberal que reproduce injusticia, desigualdad y acumulación de riquezas», ha dicho una de sus líderes. Postulan a la periodista Beatriz Sánchez y exhiben un 8,5 por ciento de las intenciones.
Sin embargo, ni siquiera tal cantidad de alternativas parece menguar la abstención, que podría considerarse otro competidor, a juzgar por las nunca infalibles encuestas. Estas dicen que se ausentará entre el 50 y el 60 por ciento de los electores; entre ellos, buena cantidad de jóvenes.
Un elemento adicional a la falta de entusiasmo o de credibilidad podría influir en la ausencia a las urnas: el hecho de que por primera vez en unas presidenciales, votar no será obligatorio, a tono con la reforma política que finalmente aprobó durante este segundo mandato, la presidenta que se va, Michelle Bachelet.
Los juicios sobre su ejecutoria van de una esquina a la otra. Mientras algunos la culpan por el poco caudal político que, dicen, deja a la otrora Concertación (la coalición en el Gobierno) y lo achacan a sus reformas, otros elogian tal desempeño.
En verdad, Bachelet, con mayoría en el Congreso, logró este período lo que no consiguió en el primero y se acercó a lo prometido: cambios en la educación que facilitaron el acceso a la enseñanza, aunque sin dotarla de la total gratuidad y el acceso pleno que pide el estudiantado; una reforma tributaria que llevó los impuestos a las grandes compañías; el matrimonio civil para los homosexuales, y el aborto en circunstancias especiales, además de un pedido angular desde el fin de la dictadura: la eliminación del llamado sistema binominal, que favorecía a la segunda minoría y acababa con los pequeños partidos.
Fue un desempeño quizá muy radical para las clases media y alta, pero insuficiente para quienes aspiran a más. Ese «a medio camino» tal vez sea el problema. No obstante, me sumo al juicio de quienes afirman que su gobierno ha sido «un salto para una sociedad que no había dejado atrás la dictadura», como valoró un analista chileno.
Por otro lado, es pronto para pensar que Piñera y la derecha se llevarán fácil la victoria gracias a la apatía y el descontento. Hay quien piensa que ante una segunda vuelta, la izquierda podría ser consecuente, unir el voto, y dar más batalla para cerrarle el paso. ¿Será posible?