Aunque lo definitivo todavía está por venir, el presidente Vladimir Putin lo calificó como uno de los momentos clave, anexo a la reciente Cumbre del G-20: equilibrar los precios del petróleo parece una meta plausible, y conveniente quizá no solo para los países productores.
El acuerdo alcanzado en esa dirección por Rusia y Arabia Saudita constituye un primer paso que algunos consideran histórico, a pesar de que para concretarlo de manera global todavía son necesarios otros consensos.
Quizá lo más relevante sea precisamente que la decisión se adopta entre una nación miembro y otra no, de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), lo que pudiera indicar concertaciones de unos y otros, y acciones conjuntas. De hecho, Moscú y Riad han llamado a nuevos países a unirse. Y eso siempre es conveniente en un mundo que sigue tan a merced de lo que imponen algunos, y donde cada quien anda por su cuenta.
El documento habla de «actuar conjuntamente o en cooperación con otros productores», derrotero acorde con las posturas de exportadores afectados por la tendencia a la baja, como Venezuela, que aboga hace rato por un acuerdo energético entre los mayores productores «que apunte hacia una justa valorización de nuestros recursos naturales», como reiteraba la antevíspera el titular de Petróleo de ese país, Eulogio del Pino.
Los esfuerzos desplegados por esa nación y, concretamente, por su presidente Nicolás Maduro, habían caído en el vacío. Sin embargo, son los dos países que más producen —Rusia y Arabia Saudita— los que dan ahora el primer paso.
Empieza a delinearse una estrategia, pero aún no hay tácticas comunes definidas, pues unos hablan de congelar las producciones y otros de detener las inversiones y la exploración, mientras terceros aseguran que saldrán decisiones de la cita prevista por la OPEP del 26 al 28 de este mes en Argelia, donde tendrá lugar el 15to. Foro Internacional de Energía.
Si la mayoría de los grandes productores apostó hasta hoy a una reevaluación de los precios sin intervención de los Estados —lo que se esperaba para 2017—, ahora podrían ser más los convencidos de que la caída de cerca del 70 por ciento experimentada desde la segunda mitad de 2014 no la resolverá, a su libre albedrío, el mercado...
Claro que la pregunta obligada es qué se considera precios justos y cuánto tiene que ver lo que se debate con las naciones pobres consumidoras.
En cuanto a las últimas, tranquiliza la propuesta de una comisión que examine periódicamente los indicadores y haga recomendaciones, de modo de evitar una espiral ascendente incontrolada. Y acerca de lo primero, analistas consideran que un coste entre 50 y 70 dólares el barril haría estable y previsible el mercado y beneficiaría a todos.
Imposible no pensar, metidos en este contexto, en el golpe que ha significado a naciones exportadoras del Tercer Mundo la caída de los precios, aprovechada de forma artera en países de Latinoamérica por el oportunismo opositor, para hacer política sucia. Entonces una se recuerda cuánto tiene de política la economía. Y se ufana de las intenciones de acuerdo como si viviera en un país productor…