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España, Podemos y los cuatro pueblos

La nación de cuatro millones de desempleados, la de los ajustes que sigue precisada por la Comisión Europea a reducir aún más su déficit presupuestario, la que vio marcharse, en el primer semestre de 2015, a más de 50 000 de sus hijos, tiene mucho que decidir en las elecciones generales del 26 de junio sobre izquierdas y derechas, cambios y calcos

Autor:

Enrique Milanés León

No hace falta mucha «ortografía» para percatarse de que la cruzada de desprestigio desatada en España contra el partido izquierdista Podemos, en el dilatado proceso electoral de aquel país, coloca su acento, precisamente, en esa palabra que aparentemente no lo lleva: España. «¡Eso no es España!», sostienen a cada rato algunos políticos desde los varios tonos de la derecha para aludir al proyecto que defiende la formación liderada por el politólogo Pablo Iglesias.

Tan transformado quedó el paisaje nacional desde las elecciones que el 20 de diciembre pasado enterraron el bipartidismo, tan enconado es el debate de cara a las urnas del 26 de junio y tan complicados se tornan las alianzas, las disensiones y los pronósticos que, del lado de acá del Atlántico, uno no puede menos que indagar por un término amargo que el artista catalán Aleix Saló colocó en la mente de millones de internautas y en un libro, en un exitoso cómic de 2011: Españistán. Tomando estas dos bazas cabe preguntarse: ¿quiénes defienden con su programa el avance de la patria auténtica de los españoles y quiénes conducirían al gran país ibérico cuesta abajo, por el camino del cómic?

Ya en su momento, frente a un fracasado intento de investidura, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), de Pedro Sánchez, respondió que no aceptaba la alternativa de cambio propuesta por Podemos, para no exponer «la unidad de España», lo que reforzaba la imagen «antiespañola» endosada a la formación emergente nacida del movimiento de los indignados.

Bajo su manga, la respuesta incluía la alusión de que el apoyo de Podemos y sus confluencias a un referendo sobre la soberanía de Cataluña «fractura» el país, en lugar de admitir que ello alumbra en su justa medida la posición al respecto de los catalanes y da una idea incluso de qué tal anda el funcionamiento interregional del Reino. Tal cerrazón puede hacer más por la independencia que los más entusiastas independentistas.

Hace semana y tanto, Pedro Sánchez fulminó con un «No, gracias», la nueva propuesta de Iglesias de juntar sus listas rumbo al Senado.

Pero sigamos repasando algunas malquerencias que en su camino se ha ganado Pablo Iglesias. En el mismo panorama de búsqueda de alianzas que siguió a las elecciones del 20 de diciembre, el presidente de la constructora OHL y uno de los hombres más ricos de España, Juan Miguel Villar Mir, llamó a que el derechista Partido Popular (PP) se juntara con Ciudadanos (de la misma mano que aquel) y con el PSOE (una izquierda que escribe, y gobernaría, a la derecha) para impedir «la presencia de Podemos en un ejecutivo».

Tampoco la Troika —esa severa guardiana del status quo del capital, integrada por la Comisión Europea (CE), el Banco Central Europeo (BCE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI)— quiere que triunfe en España un hombre que, instalado en La Moncloa, le plantaría los mismos desafíos que a su llegada al Gobierno le colocó el ya neutralizado (y nunca bien «sufrido» por Bruselas) primer ministro griego, Alexis Tsipras.

A resultas, puede hablarse de dos campañas simultáneas: la electoral, para todos, y una de descrédito, hecha a la medida para Iglesias. El Tribunal Supremo de España ha empapelado en archivos acusaciones de financiación ilegal de la formación de este —Irán y Venezuela, centros de la ojeriza constante— y la Fiscalía ha tenido que admitir que las denuncias se basaban en «informaciones no autentificadas difundidas por los medios de comunicación».

Presuntos informes policiales colocados como al descuido al alcance de los medios señalaban que un programa de televisión de Iglesias y una fundación que estuvo en el origen de Podemos recibieron subvenciones de Teherán y Caracas. Sin embargo, los diarios El Español y Público revelaron que la cúpula del Ministerio del Interior controló durante meses tales «filtraciones» por puro encargo político para desbrozar el camino del gobernante y conservadorísimo PP.

Hace muy poco, OKdiario publicó «al detalle» otra mentira según la cual Pablo Iglesias habría cobrado en el año 2014 más de 272 000 dólares del Gobierno venezolano a través de un banco de San Vicente y las Granadinas. Tanto el Gobierno venezolano como el banco cuestionado desmontaron el embuste en todas sus partes: supuesta cuenta, supuesto receptor y supuesto donante que, como ministerio, no existía en la fecha entredicha. Ahora es Iglesias quien acusa.

A ello habría que sumar alegaciones de que el líder de Podemos —e incluso su padre— ha estado vinculado con organizaciones terroristas. El mejor mentís concebible es que Podemos puede todavía, que está vivo y sumando y que para las elecciones del 26 de junio se presentará a las urnas con Izquierda Unida (IU) y una confluencia de agrupaciones de Cataluña, Galicia y la Comunidad Valenciana bajo la marca Unidos Podemos, con toda intención de concentrar el voto de la izquierda e incluso vencer al PP.

No por gusto, este último partido ha dejado entrever un lema de campaña centrado en el supuesto «voto útil» que exhorta: «Si no quieres que gobierne Podemos, vota al Partido Popular». ¿Qué pasaría si sí quiere…?

Los 36 y medio millones de españoles llamados a votar en junio son una incógnita: ya la asistencia de diciembre —69,67 por ciento— fue la cuarta más baja desde 1977, y para esta ocasión el hastío de los ciudadanos por los políticos, la certeza de un saldo similar, el agobio por otros problemas y hasta las vacaciones escolares pueden bajar más la participación.

Sobre el probable hastío hay una anécdota tragicómica, que refleja la muy española costumbre de traducir preocupación en humor: con amparo del ayuntamiento, en el pueblo de Castelserás, en Teruel, se ha propuesto que el próximo presidente del Gobierno sea quien consiga sacar una espada —émula ella de la clásica Excalibur, pero más recia y afianzada, según apuntan— anclada en una piedra junto al río Guadalope.

Ya más en serio, tanto la derecha declarada como esa prótesis diestra que es el PSOE —de política económica neoliberal— han azuzado contra Podemos el nacionalismo españolista, conscientes de que la agrupación de Iglesias, con sus aliados, es favorita entre el electorado menor de 55 años. Incluso, según analistas, el PP ha calculado que si el PSOE es desbancado del segundo escalón como fuerza política, los socialistas no tendrían más remedio que negociar una coalición con su enemigo de antaño y alter ego de hoy: el partido de Mariano Rajoy. O sea, hasta para su cálculo de alianza el PP cuenta con Podemos.

Desde las agrupaciones que quieren cambiar las cosas y desde la izquierda de calle, muchos confían en que, por separado y juntos, Pablo Iglesias y Alberto Garzón —el líder de Izquierda Unida— arrastren las multitudes de indignados que mantienen esa postura aunque haya pasado el nombre de aquel movimiento.

Si en esta campaña electoral —que comenzará el 10 de junio y está llamada a ser más barata que la previa— los dos jóvenes líderes hacen más política en los barrios, defienden desde allí la agenda de la gente y se enfrascan en construir la unidad popular, las tres derechas: la vieja, la nueva y la camuflada, estarán en problemas.

La España de cuatro millones de desempleados, la de los ajustes que sigue precisada por la Comisión Europea a reducir aún más su déficit presupuestario, la que vio marcharse del país, en el primer semestre de 2015, a más de 50 000 de sus hijos, la que se quiere alejar del cómic citado al principio, tiene mucho que decidir en junio sobre izquierdas y derechas, cambios y calcos.

El canciller José Manuel García-Margallo hizo recientemente una afirmación que, mirada desde cualquier lado, bien vale unas elecciones: «Nos hemos pasado cuatro pueblos en el tema de la austeridad».

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